domingo, 26 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 4: Arribo a Alcantar (parte 2)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 4:
ARRIBO A ALCANTAR.


Cuando Jaime regresó a su cuarto, pasada las dos de la mañana según tiempo de la nave, se sentía muy bien y relajado. La noche había sido perfecta en más de un sentido. Amarelia era una compañía muy grata para una velada como la que acababa de terminar, el baile había estado muy bien antes y después del ingreso al espacio normal, los tragos habían acompañado un momento alegre como pocos que recordaba, pero eso no era todo.
El recuerdo de Carina se había atenuado genuinamente. Tal y como le había dicho Jerry, tal como él había descubierto durante la charla con Amarelia, ya no dolía. Tiempo atrás sus sentimientos se empeñaron en asegurarle que el día que eso pasara sería como traicionarla, pero no era así. Por el contrario ahora se veía capaz de colocar el recuerdo de ella en su justa medida. Un recuerdo muy querido, pero ya no del todo añorado.
—¿Quieres entrar un momento? —le había preguntado Amarelia cuando llegaron a la puerta de su camarote.
Él enarcó una ceja y le sonrió, lo que provocó en ella una carcajada estridente que la hizo inclinar la cabeza hacia atrás, al tiempo que le daba un golpe no muy delicado en el hombro.
—Tengo una botella de calari rojo genuino. Creí que te gustaría probarlo y, después de todo, es un buen momento para abrirla, pero no me gustaría hacerlo estando sola. Y no, Jaime. No tengo la intención de dormir contigo, por muy simpático que me resultes.
—Eso puede sonar, y de verdad que sonó ofensivo.
Otra vez una carcajada.
—Ya te dije que me resultas atractivo, pero también que no manejo el sexo como la mayoría de las mujeres de mi mundo.
»¿Me acompañas o no?
—Encantado. Hace mucho que no pruebo un buen calari rojo.
Y habían sido otros cincuenta minutos, en los que la charla siguió tan amena como durante toda la noche, además de vaciar algo menos de media botella de calari rojo.
Al entrar a su cuarto Jaime se sentía bastante más que chispeado. Nunca en su vida, ni siquiera en los dos años malos después de la muerte de Carina, había probado el calari negro, pero Jerry solía decir que tenía la potencia suficiente para emborrachar al sigmano medio con dos copas pequeñas. ¡Y Amarelia tenía una botella de ese brebaje!
Sin saber en realidad muy bien lo que hacía, se acercó a la consola de comunicaciones y activó el receptor. La luz de mensaje grabado le había llamado la atención desde que entrara, pero lo que vio lo dejó casi completamente sobrio.
Un holograma de diez centímetros de alto proyectó a Natalia Brecyne sobre el escritorio.
—Quiero darle la bienvenida a Alcantar, señor Rigoche.
Si no lo llamaba Jaime, parecía evidente que no confiaba en la seguridad de la transmisión.
—La coronel Nesuv se comunicará con usted cuando no haya retraso en las transmisiones, pero le adelanto que le hemos hecho una reserva en el hotel Luna de París. Encontrará la reserva y un coche para sus desplazamientos en la recepción del hotel, pero Nesuv le dará todos los datos, más la fecha tentativa para la conferencia.
Jaime se sentó en la cama y esperó que el mensaje terminara.
—Espero poder asistir a la conferencia, pues me han hablado maravillas de su capacidad en el desencriptado, señor Rigoche. Además tengo curiosidad por encontrarme con alguien de su mundo, ya que hace mucho que no lo visito.
»Mientras tanto, le deseo que disfrute de Alcantar y de todo cuanto nuestro mundo puede ofrecerle.
La imagen hizo esa inclinación y lanzó esa sonrisa tan reconociblemente alcantaranas justo antes de desvanecerse.
Jaime se planteó responder de inmediato, pero lo pensó mejor y prefirió dejarlo para cuando su lengua se comportara un poco mejor.
Mientras se desvestía se vio obligado a reconocer que le sería sumamente difícil resistir los intentos de Brecyne, tuviesen estos las intenciones que tuviesen. Le parecía claro que la mujer pretendía una aventura, pero de alguna forma debía evitarlo. Por lo menos mientras siguiera estando en el grupo de los sospechosos.
A medio quitarse los pantalones se detuvo.
¿Era posible que precisamente la idea fuera descartarla como posible sospechosa? ¿Pretendía Brecyne involucrarlo con ella a fin de nublar de algún modo su juicio? Si este era el caso, entonces, por lo menos por ahora, la mujer debía figurar en la cabeza de su lista.
Cuando se metió en la cama alcanzó la libreta en la que tomaba apuntes y buscó la página dedicada por ahora a Brecyne. Había puesto los nombres de los cinco al inicio de páginas en blanco, dejando dos entre cada uno de ellos. Bajo el nombre «Natalia Brecyne» anotó:
«La mujer se insinúa tal vez demasiado. Puede que busque ser eliminada como sospechoso.»
y aparte agregó:
«Si este es el caso, ¿por qué insistir tanto en que aceptara el trabajo? Ella fue a convencerme personalmente, corriendo el riesgo de ser vista en Sigma. Algo a considerar.»
iba a cerrar la libreta, pero en lugar de eso buscó otra página en blanco. Se tocó el dorso de la mano derecha un momento y luego escribió:
«Amarelia Discridali.
No sé si es sospechosa de este delito en concreto, pero la mujer oculta algo y quiere algo.»
Pensó si era sensato agregar algo más en el estado actual y agregó:
«Una mujer encantadora y una bailarina formidable.»
a la mañana siguiente lo primero que hizo después de desayunar fue responder el mensaje de Brecyne. Ella no había dicho la gran cosa, aunque sí se podía leer entrelíneas. De todos modos prefirió no responder a nada de lo que ella había tratado de dejarle ver. A fin de cuentas se suponía que el mensaje en papel que le había devuelto era claro como el agua.
—Ejecutiva, me halaga que muestre interés en lo que pretendo decir durante mi conferencia. No tenía idea de que le podía interesar el desencriptado de códigos a la cabeza de la administración alcantarana.
»Esperaré recibir la comunicación de la Coronel Nesuv, para afinar los detalles sobre la conferencia, y una vez más agradezco la invitación que se me ha hecho, siendo como soy un aficionado en estos temas.
Con eso tendría que ser suficiente.
Acto seguido se puso a la tarea de revisar la información en las fichas de seguridad sobre los cinco miembros de lo que comenzaba a denominar como el «Grupo Dibaltji». Según lo que suponía le tomaría una buena cantidad de tiempo, aunque resultaba lógico pensar que una gran cantidad de información sería descartable de plano. No obstante debía tratar de no caer en esa trampa. Muchas veces las piezas de un rompecabezas se iban colocando en su sitio con pequeños fragmentos de información.
Tomó de su maleta la caja negra de resguardo y la colocó en el escritorio del cuarto. Luego sacó la pequeña tarjeta que la activaría y la colocó a su lado.
Estaba sacando un anotador digital cuando recibió una llamada interna. Al activar el holocom se materializó de pie, con diez hermosos centímetros de altura sobre el escritorio, Amarelia.
—Acabo de descubrir que esta nave tiene una cancha de tenis. ¿Te interesaría jugar un partido con esta novata?
Ella en efecto estaba vestida para la ocasión, con la indumentaria que había regido ese deporte durante miles de años.
—Tú serás novata, pero yo soy un auténtico ignorante.
Amarelia rió con alegría.
—Siendo así será posible que te gane.
—Me temo que no.
Durante el poco tiempo que la había tratado, Jaime había podido sólo en muy raras oportunidades leer emociones en su rostro. Sin embargo ahora la mujer mostró una expresión de decepción casi angustiante.
—Lo lamento, Amarelia, pero debo trabajar. Tal vez mañana.
—Mañana a esta hora estaremos muy cerca de Alcantar. Ya no será tiempo para actividades muy largas.
—Lo lamento en serio —dijo él, dándose cuenta que de verdad lo sentía—. ¿Te parece si almorzamos?
—Desde luego —respondió ella, al tiempo que reaparecía la sonrisa y el gesto normal—. Esperaré que me llames.
Jaime se puso a trabajar. De todos modos, por si se veía muy absorbido por la lectura, colocó una alarma para la una de la tarde.
Al encender la caja, unas letras aparecieron justo delante de su campo visual, destellando en luz roja.
«SI NO TIENE EL NIVEL ADECUADO DE SEGURIDAD, O NO CUENTA CON LA TARJETA DE ACTIVACIÓN, APAGUE DE INMEDIATO ESTE CONTENEDOR. TIENE VEINTE SEGUNDOS A PARTIR DE LA DESAPARICIÓN DE ESTE TEXTO»
Jaime se apresuró a insertar la tarjeta. No tenía la menor intención de ver qué mecanismo habían programado los alcantaranos para el caso de que no se tuviese la autorización.
—Indique su nombre —dijo una voz familiar.
—Jaime Rigoche.
—Indique lugar actual.
—Camarote de primera clase en la nave de pasajeros Europa, de recorrido habitual Sigma Alcantar, Sigma La Tierra, Sigma Karila.
Apareció entonces un holograma de la coronel Nesuv.
—Señor Rigoche. Espero que tenga totalmente claro que nada del contenido de esta caja de resguardo puede ser reproducido de forma alguna ante alguien más que usted. Por si no hemos sido lo suficientemente explícitos, el que tenga esta información en sus manos constituye la demostración de que confiamos en usted, y de que esperamos nos ayude a resolver tan desagradable cuestión.
»Lo conminamos a entregarme de regreso esta caja en el menor tiempo posible. De preferencia a mí directamente, pero puede también entregársela a la ejecutiva Brecyne.
Dicho eso la imagen desapareció y fue reemplazada por un complicado menú en tres dimensiones que Jaime fue recorriendo.
Se preguntó por cuál de los cinco comenzar, y eligió precisamente a Nesuv. De las cinco fichas sentía que con mucha probabilidad era la más débil. A la larga ella era la directora del organismo que confeccionaba dicha información.
En primer lugar, cosa que haría con cada expediente, fue hasta el final, para determinar la fecha en la que la última información había sido agregada. En el caso de Nesuv correspondía a una semana estándar atrás. Vio entonces el nombre de quien había hecho esto. Natalia Brecyne y Hafar Nigale.
Por increíble que le pareció, la hermosa y juvenil Natalia Nesuv tenía ciento treinta y seis años de edad. Esa era la expectativa media de alguien de Sigma, que a esa avanzada edad ya estaría calvo casi sin duda, o con el cabello completamente gris, y con muchas arrugas en el rostro y en todo el cuerpo. Por el contrario la mujer parecía tener no más de cuarenta y cinco años sigmanos, unos cuarenta estándar. La piel se le veía lozana y el cabello no mostraba ni la menor hebra gris.
A parte de la edad, durante la primera parte del expediente no encontró nada que le llamara la atención. De familia acomodada, Patricia Nesuv había destacado desde los primeros días en la universidad de Alcantaria, en la que estudió disciplina física. Debido a sus estudios era practicante de una gran variedad de deportes, desde la escalada de alta montaña, hasta algunos muy extremos como el dolom de combate.
Recién salida de la universidad, a los veinticuatro años, entró a la academia de inteligencia alcantarana. Ahí había vuelto a destacar, por una excepcional habilidad para establecer relaciones teóricas en asuntos complejos. Asimismo había intervenido en unos cuantos operativos secretos en mundos no-independizados de la Tierra, cuestión que se suponía estaba prohibida por el Patronato de Colonización Terrestre. De todos modos sus superiores en estas actividades tenían sólo alabanzas hacia su creatividad, inteligencia y sagacidad. A todo esto se sumaba la excelente condición física en la que siempre se encontraba, todo lo cual se había conjugado para hacerle ascender en la comunidad de inteligencia alcantarana.
Al cumplir los ochenta y dos años de edad, ya con el rango de coronel, había sido designada por los emperadores directora de inteligencia, nombramiento que no sorprendió realmente a nadie. Desde entonces ocupaba el cargo y todavía sólo recibía buenas críticas.
En lo personal la mujer se había casado tres veces. Según sus amistades cercanas los matrimonios no habían funcionado porque ella estaba más interesada en su trabajo que en sus parejas. Poco después de acceder a la cabeza de la compleja maquinaria de inteligencia alcantarana se había divorciado por tercera y última vez.
Desde entonces se sabía sólo de unos cuantos amantes, de ambos sexos. En apariencia se trataba de una mujer sexualmente activa, pero a la que le interesaba más el desempeño de la seguridad imperial. Su último amante conocido se remontaba a tres años, una delegada de la embajada drigalena en Alcantar. Luego de eso nada que se supiera.
Nesuv resultó ser el primer sospechoso eliminado. Seis días antes al ataque contra Dibaltji había salido de Alcantar en misión oficial a Ligar, uno de los últimos sistemas agregados al Imperio. Uno de los últimos si se pensaba que el descubrimiento de un planeta habitable en el sistema se remontaba a doscientos años. Había regresado de esta misión ocho días después del atentado, y en el hecho había adelantado el regreso precisamente por ello.
Jaime anotó bajo su nombre en la libreta:
«No es sospechosa, pero no por eso puedo confiar en ella.»
Revisó unas cuantas imágenes de Nesuv. Algunas tomadas con su consentimiento, y otras tantas tomadas, aparentemente, sin que se diera cuenta. Una mujer muy bella.

Después de un almuerzo sumamente agradable con Amarelia, Jaime se sumergió en la compleja ficha de seguridad de Hafar Nigale.
Proveniente de una familia de clase baja, a los dieciséis años había ingresado en la academia de la flota alcantarana. No gozaba de la predilección de sus instructores como en el caso de Nesuv, pero cumplió con todos los cursos reglamentarios y se graduó quinto de su promoción.
En un principio había intentado entrar al cuerpo de ingenieros, siendo rechazado. No contaba con los conocimientos adecuados, pero sí fue admitido en el acto en la escuela para oficiales superiores. En esta oportunidad, con tan sólo treinta y dos años, Nigale había egresado para acceder al rango de capitán, con el primer lugar indiscutido de su promoción.
Una nota de dos de los instructores afirmaba que el joven Nigale estaba destinado, de ocurrir lo normal en una flota tan grande, al comando de una nave. Destructor clase nova, como mínimo. Y eso podía haber ocurrido, de no mediar un incidente que había catapultado al hombre.
Un destacamento de doce naves imperiales escoltaba un convoy de Fileria a la Tierra, con plantas indispensables para la generación de una droga que combatiera un mal detectado en una de las colonias más recientes. El problema era delicado, pues se ponía en peligro la terraformación del mundo en cuestión, sin hablar de casi dos millones de personas que permanecían en la superficie infectada.
Como era lógico de suponer, dado lo valioso del cargamento, cuando el convoy salió del agujero de gusano del sistema Sariano y enfiló a la estación de salto que lo llevaría a la Tierra, fue atacado por un contingente muy alto de piratas. Casi en el primer momento la nave al mando de la flota, comandada por el general Kandiel, resultó destruida. Al mismo tiempo la nave en la que Nigale estaba asignado resultó seriamente dañada, muriendo su comandante. Entonces el joven capitán había tomado el mando de su nave y de la escolta. En pocos minutos ideó una estrategia que, al cabo de casi dos días de escaramuzas cerca de la estación de salto, logró rechazar a los agresores con pocas pérdidas.
Al regresar al sistema Alcantar, Nigale había sido ascendido a coronel y se le asignó un grupo de tareas consistente en diez fragatas y un destructor. A partir de ahí sólo había cosechado un éxito tras otro.
A la edad de ochenta años alcanzó el grado de general de flota, y cinco años después el grado de almirante. Finalmente, antes de cumplir los cien años, los emperadores le habían entregado el mando de toda la flota alcantarana. Ochenta y tres años después seguía desempeñando el cargo, sin una sola mancha en su servicio. Desde luego la flota había tenido pérdidas altas en los encuentros con los piratas y en su intervención en el conflicto entre Alfa del Centauro y Meras, pero ello no redundaba negativamente en los antecedentes de Nigale.
En el aspecto personal el hombre se había casado a la edad de setenta años, y continuaba unido a la misma mujer. Era un estratega reconocido en toda la Unión, lo que le hacía concurrir a conferencias por casi todo el espacio colonizado.
Fanático de la navegación a vela, había participado en una serie de regatas en los océanos de Alcantar, ganando unas cuantas. También se destacaba como un gran lector de todo tipo, y en el hecho había escrito dos volúmenes de historia militar moderna.
En la actualidad tenía algo menos de ciento ochenta años, once hijos de los que seis habían seguido sus pasos en la flota, y aparecía catalogado en la ficha como un hombre tranquilo.
Al igual que la información de Nesuv, el legajo de Nigale contaba con una gran cantidad de imágenes. La mayoría captadas en actos y eventos oficiales, normalmente de uniforme. También habían otras en las que aparecía en actividades relajadas, como tirando de una cuerda en un hermoso velero, corriendo en un campo de deportes o jugando a las cartas con otros oficiales.
Jaime reparó en dos cosas que saltaron casi como bombas a sus ojos.
En primer lugar uno de los destinos del mensaje era en el océano cerca de Alcantaria. Ese destino podía ser muy bien un velero.
En segundo lugar en la ficha no había ni una sola mención al tiempo en el que, según Brecyne, había sido amante de la propia emperatriz. O bien la seguridad alcantarana no era infalible, o bien Nigale era sumamente discreto, o bien Brecyne sí le había mentido.
Cerca de las siete de la tarde, Jaime hizo una pausa. Había tomado multitud de notas sobre Nesuv y Nigale, pero todavía no era capaz de decir si algo de lo que tenía conformaba una base para trabajar. Casi había descartado a Nesuv como sospechosa, pero no como posible problema. La ficha de la mujer era en principio tan simple, contenía tan poca información peculiar, que Jaime se preguntó si la mujer no habría alterado su propio legajo, en su condisión de directora de seguridad.
En el caso de Nigale era peor. Había una clara falencia en la información de seguridad, y eso no dejaba de darle vueltas en la cabeza. No significaba que fuese el contratante de Redswan, ni mucho menos, pero debía tener presente el hecho. Ya fuera para usarlo con Nigale, ya fuera para usarlo con Nesuv.
Apagó la caja y estiró la espalda. Una vez más estaba de lleno en la investigación de algo. Los sentidos alerta, la mente centrada y el cuerpo cansado de tanto leer.
Llamó a la habitación de Amarelia, pero no estaba o no quería responder. Supuso que sería lo primero, por cuanto le había asegurado que no estaba molesta por la negativa a jugar un partido de tenis. No obstante le había hecho prometer que se encontrarían en Alcantaria para el partido.
Se encontraba pensando en cómo localizarla para la cena, cuando llamaron a la puerta. Antes de responder desactivó el anotador y volvió a estirar los músculos de la espalda.
Amarelia estaba en la puerta y lo saludó con una sonrisa deslumbrante.
—¿Me estás persiguiendo? —preguntó Jaime invitándola a pasar.
—Si quieres me voy.
No obstante ella ya había entrado y daba una mirada atenta al camarote.
—Bastante más amplio que los de tercera clase. Debí dejar que me invitaras antes.
—No te he invitado ni ahora —respondió él, riendo con ganas.
—¿Tienes que trabajar?
—Creo que ya terminé. ¿Alguna idea, capitana Discridali?
—Pues si le parece, señor Rigoche, pensaba invitarlo a cenar para celebrar la última noche en el Europa.
—Espero que no sea la última vez que te vea —dijo de inmediato Jaime, borrando la sonrisa de su rostro.
—Desde luego que no. Tenemos una cita programada en el elevador orbital. Además estaremos casi en la misma ciudad. ¿Sabes dónde te alojarás?
—Hotel Luna de París.
—Bueno, sí que te gusta el lujo. Me aseguraré de que me invites a que te haga compañía.
—¿Tan bueno es?
—¿Bueno? Jaime, el Luna de París es el mejor hotel de todo el planeta. He estado sólo una vez ahí, y no vi más que la recepción y el centro de conferencias. Sólo ese breve vistazo me bastó para darme cuenta de lo pobre que soy.
Entonces ella se le acercó con esa sonrisa que podía desarmar un cañón de resonancia dimensional, le colocó ambas manos en los hombros y le disparó la mirada.
—¿Estás seguro que sólo vas a Alcantaria para una conferencia?
Otra vez Jaime notó algo adicional en los ojos de ella. Una espera, algo como una expectativa nerviosa.
—Voy a tu mundo a una conferencia sobre desencriptado. Pretendo también recorrer lo más que pueda y disfrutar de algo parecido a vacaciones. No soy yo el que organiza las cosas, como el lugar donde voy a dormir.
—No te pongas nervioso —dijo ella luego de un momento de silencio—. Estaba bromeando.
Jaime le tomó las manos y se las retiró de los hombros. Luego, sin soltárselas las colocó entre ambos, manteniendo el dorso de su mano derecha libre, por si acaso.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Amarelia?
Se miraron fijamente durante algunos segundos, sin siquiera pestañear. Ella estuvo por decir algo, luego tomó aire y meneó la cabeza.
—Por ahora todo lo que quiero es cenar contigo.
Soltó las manos y las colocó en las mejillas de Jaime, el que no pudo evitar pensar que lo besaría de la misma forma en la que lo había hecho Brecyne unos días atrás.
—Sólo cenar y mañana disfrutar tu compañía en el elevador orbital —dijo Amarelia tras una nueva pausa—. ¿Es eso mucho pedir?
Ella retiró las manos y retrocedió un paso desviando la mirada, y Jaime se descubrió pensando si se sentía o no decepcionado porque ella no lo besara.
Quedaron en silencio otra vez, hasta que Jaime rompió la pausa.
—¿No es algo temprano para cenar?
—Supongo que sí, pero mientras esperamos podemos charlar... ya que parece que no se nos agotan los temas de conversación.
Esa noche, a diferencia de las dos anteriores, Jaime regresó temprano a su cuarto. De todos modos prefirió no mirar las fichas de seguridad que todavía le faltaban, porque se sentía algo confundido.
Amarelia le había mentido no una sino barias veces. La mujer era condenadamente hermosa, inteligente, simpática y para peor parecía propulsar de forma inconsciente una plática continua con él. Tal y como le había dicho, parecía que los temas a tratar no se acabaran nunca y, muy por el contrario, aparecían nuevos puntos sobre los que se podía hablar. Esa noche habían discutido una buena parte del tiempo sobre la guerra entre Alfa del Centauro y Saria, cuestión ocurrida hacía casi dos mil años.
Sin embargo le mentía. Durante un breve momento en el que le había tomado las manos, estuvo seguro de que le diría la verdad, pero algo la había hecho retroceder. Asimismo se vio obligado a reconocer que también durante un momento, luego que ella le preguntara si realmente iba a una conferencia, él había estado también por contarle todo. ¿Qué tenía esa mujer para que lo hiciera siquiera pensar en esa posibilidad? ¿Llegaba a tanto el embrujo de las mujeres alcantaranas? Si en efecto se trataba de un embrujo, se vio en la necesidad de admitir que era muy poco lo que podía hacer. Sin embargo podía jugar al mismo juego, aunque no supiera con claridad cuál era.
Sacó la maleta del armario y comenzó a meter todo lo que no sería necesario para el día siguiente, con el objeto de evitar demoras antes del arribo a Alcantar. Metió la ropa que la lavandería le había dejado pulcramente ordenada, guardó la mayoría de sus efectos de baño y colocó casi toda la información del caso en una bolsa que se reunió con lo demás en la maleta.
Solicitó que lo despertaran a las seis de la mañana para sumergirse en la siguiente ficha de seguridad, y en efecto así lo hizo. Después de un desayuno en el camarote se concentró en la información disponible sobre Natalia Brecyne.
No le sorprendió en lo absoluto descubrir que la atractiva y sensual mujer tenía ciento nueve años estándar de edad.
—Otra embrujadora —dijo en voz baja mientras contemplaba una imagen en la que Brecyne aparecía estrechando la mano del presidente de la Tierra.
Era la única hija de un matrimonio de músicos consagrados por todo el imperio y en una buena parte de la Unión. De hecho Natalia tocaba a la perfección la guitarra y había dado algunos conciertos de piano, chelo, charango y geldirén de cuerdas. De todos modos era más conocida por sus interpretaciones y creaciones con la guitarra de seis y doce cuerdas.
Había estudiado administración pública en la universidad de Alcantaria, lo que en un primer momento parecía ser tan sólo una especie de seguro por si su carrera musical no daba los resultados esperados. La ficha consignaba que, no obstante ello, durante el tercer año de estudios la joven Natalia Brecyne se había consagrado a una serie de actividades sociales de carácter voluntario, en las que se había ganado un nombre y un lugar propios. Luego de eso las cosas cambiaron. Se transformó en la primera alumna de su generación, siendo que hasta antes del tercer año no destacaba en nada salvo sus interpretaciones musicales.
Recién titulada y comenzando a trabajar en el municipio de Alcantaria, se matriculó en la carrera de economía. Cinco años después salía con el doctorado en ciencias económicas. No conforme con eso, ahora trabajando para una empresa de inversiones a nivel galáctico, inició estudios avanzados de matemáticas. Luego le siguió sociología, ciencias políticas y publicidad. En todas y cada una de las carreras que había seguido se graduó con honores y la primera de su clase.
A los cuarenta años de edad, mientras aún estudiaba ciencias políticas, había regresado al sector público, en el ministerio de economía. Cinco años después, con el título de publicidad en la mano, pasó a ocupar el viceministerio. Eso había durado sólo un año, ya que solicitó y ganó un puesto en el ministerio de seguridad, en la división de inteligencia. Era de estos años a los que se remontaba la amistad entre ella y Patricia Nesuv.
Luego de dos años en los que sólo había acumulado elogios, fue reclutada por el ministerio de gobierno central, escalando en menos de un año hasta el viceministerio.
Su nombre era ya conocido en todo el Imperio, y se le respetaba y apreciaba por sus logros. Se decía que gracias a una serie de políticas de administración sana de iniciativa suya, los mundos más lejanos del Imperio habían visto elevada su calidad de vida en menos de diez años.
Comenzó a ser llamada de forma periódica al palacio imperial. Algunas veces para recibir de forma directa las felicitaciones de los emperadores, otras para que entregara informes sobre materias de administración, y otras incluso para que ofreciera consejo en materias discutibles.
Cuando Brecyne tenía cincuenta y cinco años, un accidente de vuelo había terminado con la vida del ejecutivo de gobierno para el Imperio.
Los emperadores iniciaron entonces los procesos para la designación de un nuevo ejecutivo, y el parlamento propuso tres nombres. Encabezando la terna estaba Natalia Brecyne, lo que hizo subir la popularidad del cuerpo legislativo.
Luego de un examen interminable ante el tribunal supremo, la comisión ejecutiva del cenado y los gobernadores de las colonias imperiales, se procedió a la votación popular, luego de la eliminación de uno de los tres.
La elección estaba ganada desde el momento en el que las urnas se abrieron por todos los planetas y las estaciones imperiales. Brecyne era querida, respetada y admirada por todas partes. Al final ganó por un total del ochenta y seis por ciento de los votos.
Desde entonces había ejercido el cargo más alto de la política alcantarana, y por increíble que parecía, su popularidad había aumentado unos cuantos puntos.
La prensa independiente la definía como una mujer cuya belleza sólo se veía opacada por su idoneidad para ocupar el cargo de ejecutiva.
Tenía enemigos, desde luego, pero éstos estaban en su contra por cuestiones puntuales o sin real importancia.
La información personal destacaba en lo básico tres aspectos. En primer lugar un ansia constante por aprender nuevas cosas. No conforme con los numerosos títulos educacionales con los que contaba, la mujer se las había arreglado para estudiar una buena cantidad de materias. Algunas por su cuenta pero otras como una alumna más de la universidad de Alcantaria, de los institutos técnicos de la misma ciudad, o de las academias de los propios servicios gubernamentales. Era así que Brecyne entendía tanto sobre desencriptado.
En segundo lugar la pasión llana por la música. A pesar de no haber estudiado formalmente en ningún conservatorio, era una intérprete reconocida en toda la Unión. Cada cierto tiempo la invitaban a participar en recitales o grabaciones, no sólo músicos del Imperio, sino artistas famosos de la Unión. Su dominio de la guitarra le había merecido algunos premios, y si bien la carga que le imponía su trabajo no le permitía aceptar con frecuencia las invitaciones, sí que una, dos, tres y hasta cuatro veces al año dejaba todo y se unía a un grupo para alguna actuación o grabación. En su residencia particular era frecuente encontrar grupos de personas invitadas por ella sólo para hacer un poco de música. La ficha recalcaba también que, siendo observada sin que lo supiese, intentaba tocar por lo menos una hora de guitarra cada noche.
En tercer lugar se destacaba la cantidad de amantes que había tenido. Jaime descubrió, atónito, que la lista era más larga que su brazo. Brecyne estaba considerada como una de las mujeres más hermosas y cautivantes del Imperio, a lo que se sumaba su afición por la actividad sexual. La información era tajante también al decir que, si ella se daba cuenta de que su pareja podía constituir un riesgo para el Imperio, cortaba la relación de cuajo sin ningún tipo de contemplaciones. Sin embargo también se establecía que cabía la posibilidad de que uno o más amantes no hubiesen sido conocidos para los organismos de seguridad, así como algún que otro renuncio juguetón, dada la propensión a burlar de tanto en tanto a su escolta, fuese o no visible.
Jaime se preguntó si él estaría en la categoría de «renuncio juguetón» luego de la visita de la mujer a su departamento.
Finalmente los observadores y quienes habían formado el legajo coincidían en un punto que aparecía como importantísimo. Sin importar la cantidad de amantes de ambos sexos que hubiese tenido, Brecyne jamás permitía que sus relaciones se transformaran en públicas. Siempre mantenía en estricta reserva sus actividades privadas, por inofensivas que estas fueran para el Imperio, salvo su afición por la música.
Entonces descartó a Brecyne como sospechosa del ataque a Dibaltji. La ejecutiva podía burlar a sus guardias y a los agentes de seguridad encargados de su custodia, podía salir en secreto del Imperio como lo había hecho hacía unos días atrás, pero le era imposible esconderse en una visita de estado. Y resultaba que ella había estado en Karila por asuntos oficiales durante los dos días previos al ataque y otros dos después.
Si bien podía descartarla como sospechosa, al igual que Nesuv, no podía descartarla como problema. Sin embargo el que ambas mujeres quedaran fuera de la investigación propiamente dicha, podía entregarle ventajas sobre los demás. Además sería más fácil acceder a ciertos recursos que suponía le serían necesarios, teniéndolas al tanto de los avances de la investigación. En efecto suponía que debería acceder a algunos lugares que no estarían abiertos a todo el mundo. Si los cinco continuaban siendo sospechosos, le resultaría difícil explicar los motivos para entrar en estos lugares.
De todos modos no podía descartar del todo el simple hecho de que el grupo era cerrado. Tal como la propia Brecyne le había dicho, eran amigos íntimos que se conocían durante más de una década, por lo que la objetividad podía verse también afectada.
Tal como en las dos fichas anteriores, consultó algunas de las imágenes disponibles de la mujer. Había una cantidad sorprendente en las que aparecía tocando alguno de los instrumentos musicales de su repertorio. También había otras que parecían ser de dispositivos de seguridad de los que no era del todo consciente. En una de ellas se la veía recostada en un amplio sillón, besando desenfrenadamente a una mujer que estaba sobre ella.
Encontró una tomada en algún periódico de chismes, en donde al pie se podía leer: LOS HOMBRES DEL IMPERIO SE PREGUNTAN CÓMO SERÁ SUMERGIR LOS DEDOS EN EL NACIMIENTO DE LA TRENZA DE LA EJECUTIVA BRECYNE.
Jaime sonrió. A fin de cuentas él ya lo había hecho.

sábado, 11 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 4: Arribo a Alcantar (parte 1)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 4:
ARRIBO A ALCANTAR.

Jaime esperaba junto a la entrada de la cúpula de proa, reclinado contra una pared. Hasta donde alcanzaba a ver desde su posición el recinto todavía estaba medio vacío, y casi totalmente en penumbra. Resultaba lógico suponer que esto último era para que se destacara más el momento en el que los anillos dorados irían pasando cada vez más rápido antes de regresar al espacio normal.
Dos mujeres filerianas, o por lo menos de indumentaria fileriana, pasaron a su lado tomadas de las manos y hablando alegremente. Una de ellas le comentaba a su pareja que estaba ansiosa por conocer el famoso campo para deportes invernales de Beta, que aseguraba nieve todo el año.
Jaime sonrió.
Esta era la tercera vez que estaba lejos de Sigma, y el entender que no había viajado la gran cosa lo tenía totalmente indiferente. Sin embargo quienes contaban con buenos ingresos o cantidades de dinero viajaban mucho por la unión, ya fuera por vacaciones o por el mero acto de viajar.
Pensó que era muy posible que las dos mujeres que justo en ese momento desaparecían de la vista en la cúpula se movieran de mundo en mundo buscando la mejor playa, el mejor río, el mejor cielo, la mejor pista de trineo de nieve. Al mismo tiempo pensó que en su caso se aburriría de no permanecer en un lugar por largo tiempo.
—Lamento haberte hecho esperar.
Se giró y vio que Amarelia avanzaba hacia él por el corredor. Tal como le había dicho, vestía un hermoso conjunto sigmano de fiesta. Una falda pantalón de color rojo hasta medio muslo, zapatos de tacón alto totalmente transparentes, una fina blusa también de color rojo que tenía las mangas largas y alta hasta el cuello, pero que dejaba la espalda casi completa al descubierto, un hermoso cinturón color crema que entallaba la figura, y en el cabello, que si bien estaba suelto, se veían una serie de listones de colores que caían hacia atrás desde la nuca. En los tobillos usaba pulseras de plata, lo que junto con los aros de cabello manifestaba su origen. Finalmente los anillos capilares aparecían formados no por cintas negras como le había visto hacer unos minutos atrás, sino que, resaltando el atuendo completo, estaban atados con listones de seda roja. Jaime advirtió casi en el acto que no usaba ninguno de los signos de su rango, ni siquiera los brazaletes del brazo izquierdo.
—¿Pretendes matar a alguien de la emoción al verte?
Amarelia hizo la sugerente inclinación de cabeza que comenzaba a conocerle mientras sonreía por el piropo, pero también se sonrojó a ojos vista.
—Viéndote vestida así me siento casi como un muñeco de madera.
—Te ves muy bien —le respondió ella, llegando a su lado—. Desde tiempos inmemoriales las mujeres nos hemos vestido y adornado mucho más que los hombres. En tu caso diría que así estás perfecto.
Entonces ella levantó una mano y le tocó el lóbulo de la oreja izquierda, donde aparecía el único adorno que Jaime usaba. Los dedos de Amarelia fueron recorriendo el fino colgante de oro y lo sopesó un instante en la palma de la mano.
—Aunque un adorno como este agrega un toque fantástico, si me permites que te lo diga.
—Te lo permito, te lo permito. —entonces, esperando no caer en una falta de respeto, preguntó—: ¿Las alcantaranas se perforan las orejas?
Ella amplió la sonrisa, todavía acariciando tenuemente la oreja de Jaime.
—Desde luego. La diferencia radica en la forma de hacerlo. En mi caso me inclino por la perforación láser. Rápida, indolora y completamente limpia.
—Es que, si bien no puedo decir que te conozco mucho, nunca te he visto un pendiente.
—Me gustan, pero el uniforme impone algunas restricciones. Este que usas, por ejemplo, es totalmente de mi agrado. Un tanto masculino si me preguntan, pero lo usaría encantada de la vida.
—Te lo dejaría, pero veo que tus agujeros se han cerrado y además éste precisamente tiene un valor sentimental alto.
—¿Entramos? —preguntó ella mientras le soltaba la oreja y se colgaba de su brazo.
En cuanto traspusieron el umbral una joven mujer apareció justo delante.
—Bienvenidos, señorita Discridali, señor Rigoche. Tengan la bondad de seguirme, por favor.
Al volverse comenzó a destellar la banda que anudaba el cabello de la mujer, por lo que fue fácil seguirla en la penumbra. La tenue iluminación del recinto estaba dada por velas en cada una de las mesas, por unos pocos y atenuados globos de luz en el centro de la cúpula y por unas cuantas luces que demarcaban la pista de baile. Una agradable música parecía emanar de todas partes, en un volumen ideal para charlar.
Cuando se acomodaban en la mesa a la que la chica los condujo, un anillo dorado cruzó a toda velocidad por el amplio campo visual, proporcionando un brillo casi sobrecogedor a la estancia.
—Esta fue una excelente idea —dijo Jaime cuando la camarera se retiraba con la orden de ambos.
—Eso espero. Es la primera vez que puedo ver la salida de un portal de salto.
—¿No lo habías hecho antes?
—Nunca —respondió Amarelia meneando la cabeza—. Como militar los viajes suelen ser en naves correo, transportes de tropas o naves de guerra. En ninguna de ellas el espectáculo forma parte del pasaje. He visto un par de veces la salida por una ventana, pero nunca había estado rodeada por el universo.
—Pero esta vez pudiste.
—Una licencia que me permití por el fin de mi asignación diplomática. Como contaba con algo de dinero, pude pagar el pasaje en esta nave.
Llegaron los tragos y brindaron.
Jaime notó que ella no le quitaba casi los ojos de encima, pero esta vez no estaba dispuesto a retirar la vista. Había algo en la forma que tenían las alcantaranas de taladrar con la mirada que resultaba inquietante. En ningún caso reflejaba desafío o beligerancia, pero sí daba la impresión de un profundo escrutinio.
—¿Has extrañado Alcantar? —preguntó Jaime luego de que el silencio durara un tiempo.
—Mucho. Este es el plazo más largo que he estado en asignación fuera del Imperio.
—¿Naciste en Alcantar?
—Sí. He estado por más de un año fuera del planeta madre, pero se trataba de destinos en el Imperio. Es extraño estar tanto tiempo con gente que no comparte las mismas costumbres. No me entiendas mal, por favor. Sigma es fascinante casi de principio a fin. Algo más... digamos flexible en algunas materias, como el mercado negro, pero fascinante. Sin embargo creo que no aceptaría un destino más largo fuera del Imperio.
»No sé, es difícil de explicar. Este es un gran tiempo para estar vivo. Las fronteras del espacio conocido se amplían casi a diario, y los avances en la técnica facilitan las cosas. Creo que soy afortunada al poder decir que un salto se me hace casi rutinario, pues hay miles de millones de personas que nunca han salido de sus mundos. Sin embargo siento que mi lugar es Alcantar o algún mundo alcantarano.
—Eres una romántica —dijo Jaime luego de un momento, alzando su copa en la forma que Brecyne y ella le habían mostrado.
—Jaime, yo diría que en el caso de las mujeres de mi mundo, la palabra es apasionada.
—De acuerdo, pero no he conocido mucho tiempo a las mujeres alcantaranas.
—Casi seguro que lo harás.
—¿Tienes familia en Alfa?
—Vaya, ¡cuántas preguntas! Sí, mis padres y mi hermano. Ninguno es militar, y la verdad es que mis continuas asignaciones han hecho que nos distanciemos un poco. Mi madre no quería que entrara a la milicia, pero yo sí.
Amarelia terminó encogiéndose de hombros.
—De todos modos quiero ir a verlos antes de que me entreguen mi próximo destino. Nunca se sabe. Podrían destinarme a la Tierra o Karila.
—También podrían asignarte una nave. Después de todo tu rango es de capitán de navío.
La mujer dejó escapar una tenue risa.
—Difícil. Para comenzar hay un buen número de capitanes con mayor antigüedad que la mía y que están más que capacitados para recibir un comando. En segundo lugar, por muy grande que sea la flota, no abundan las naves disponibles. Finalmente, por mucho que no se dieran las anteriores dos circunstancias, no estoy capacitada. Primero debo ingresar en la academia para el comando, y existe la posibilidad de que esa sea mi próxima asignación.
—¿Te gustaría recibir una nave?
—Claro que sí. —los ojos de Amarelia se iluminaron y proyectaron una expresión soñadora—. El comando de una nave es algo que siempre he querido. Desde el mismo momento que me dije que entraría a la milicia, supe que lo que realmente quería era el comando de una nave.
—¿Aunque no deje mucho tiempo para una pareja?
Amarelia volvió a encogerse de hombros.
—Por ahora no hay nadie, ni creo que lo haya durante un tiempo.
Jaime estaba por preguntarle la razón, pero ella se le adelantó.
—Ahora cuéntame algo de ti.
—¿Qué te gustaría saber? —respondió, cuando llegaba la cena.
—No sé... familia, amigos, trabajo, parejas...
mientras cenaban Jaime le contó una buena parte de su vida. Padres que habían muerto cuando se graduó de la escuela secundaria, viéndose obligado a buscar un trabajo a la mayor brevedad posible. Así había ingresado en las fuerzas de seguridad Sigmanas, lo que resolvía casi todos sus problemas.
—Mi idea original en la vida era entrar a la Universidad de Nueva Gales y estudiar administración financiera, y tal vez aprender a pilotar naves intra-sistema. Ya sabes, como piloto civil en el sistema sigmano. Pero la academia del cuerpo de seguridad me entregó un lugar donde dormir, un sueldo mensual y una carrera que podía seguir.
—¿Y la casa de tus padres?
—La casa en la que vivíamos desapareció como el humo por las deudas de juego de mi padre. Luego lo que quedó fue para los gastos del funeral, dejándome con lo suficiente para vivir un par de meses. Justo el tiempo que faltaba para que la academia recibiera nuevos reclutas.
A partir de ahí Jaime había ido ascendiendo. Primero en la academia, en donde llegó a ser delegado de reclutas, y luego en la fuerza propiamente tal, en la que llegó a sargento en menos de un año.
—Pero algo no me terminaba de cuadrar. Tal vez el uniforme, tal vez lo estricto de las reglas... no lo sé.
Cuando tenía excelentes posibilidades de alcanzar el grado de teniente, simplemente se había retirado y asociado con un instructor de la academia para formar una oficina de investigaciones privadas. Y ahí fue donde pareció encontrar su lugar.
Durante un par de años casi lo único que hizo fue seguir a hombres y mujeres para saber si tenían o no aventuras con alguien fuera de sus relaciones oficiales, buscar a algún que otro pariente perdido y en raras oportunidades tratar de encontrar fraudes en operaciones financieras.
Al cabo de tres años su socio había muerto en un trabajo, siguiendo a un posible marido infiel, que resultó ser un traficante de armas ilegales. Entonces Jaime se vio con el negocio para él solo, lo que resultó en un auténtico problema. La mayoría de los casos importantes eran llevados por su socio muerto, y él no manejaba ni la menor información al respecto. Durante un par de meses fue el caos más absoluto, hasta el punto que se planteó en muchas ocasiones dejar todo y salir de Sigma.
—Una vez llegué hasta el puerto espacial y estuve a pocos minutos de comprar un pasaje a Karila.
—¿Qué te lo impidió?
—Un cuadri llamado Laurus.
Su computador de bolsillo había arrojado una transmisión que lo llevó al distrito Colinas de Roma, en donde conoció a Laurus Ferkber. El cuadri era el respaldo de su antiguo socio, y tenía toda la información que Jaime necesitaba. Según Laurus, contaba con instrucciones muy detalladas de lo que debía hacer si su antiguo amigo moría. Entregar una serie de cajas a Jaime. La demora se había producido porque el día en cuestión era cuando se había enterado de los acontecimientos que transformaron a Jaime en el único miembro de Investigaciones Planeta.
—Laurus y yo nos hicimos amigos casi de inmediato. Con un poco de trabajo, y dado que él conocía Colinas de Roma muy bien, nos hicimos algo así como socios. Él conseguía información para los casos complicados y yo investigaba en terreno.
Laurus le había presentado a Susan Newman, una experta no-profesional en el campo de la robótica y los implantes corporales. Los tres juntos habían formado el equipo que, hacía cinco años atrás había recuperado, en frente de las narices de los organismos de seguridad y militar sigmanos, la semilla del Árbol Fundador de Sigma.
—En realidad... para esa época ya éramos cuatro. Siendo honesto, casi desde el principio fuimos cuatro.
—¿Quién era el cuarto?
El cuarto socio, aunque sólo Jaime era realmente el investigador, había aparecido por casualidad.
Unos días después de cerrar uno de los encargos heredados, y con el pago obtenido, Jaime fue de viaje turístico a la capital.
Algo que siempre había cultivado desde los diez años, era la fotografía. Una actividad que encontraba relajante y que le había servido bastante como investigador.
Se encontraba en el Parque del Fundador tomando fotografías a la gigantesca escultura, cuando había reparado en una mujer que seguía sus movimientos con gran atención. Él había tratado de tomarle una fotografía, pero la chica había dado un grito y acto seguido cubierto el rostro con ambas manos.
—Sólo es una fotografía —quiso explicarle, pero notó que ella no se había asustado, sino que se comenzaba a doblar de risa.
—¡Eso debes haberlo robado de un museo!
En realidad la cámara era relativamente nueva, pero el diseño aparentaba una reliquia de las que usaban un rollo con químicos sensibles a la luz.
Jaime sacó del pantalón una diminuta holoplaca y la activó mostrándosela a Amarelia.
—Carina Alexandrov. Una experta en comunicaciones, pero fatal en informática. Mucha gente dice que yo encontré la forma de penetrar la red de comunicación de los ladrones, pero en realidad fuimos Carina y yo.
—Carina Alexandrov —dijo Amarelia.
—Mi esposa durante seis años. Murió hace tres, en un incidente del que no tengo permitido hablar.
—¿Duele?
Jaime negó con la cabeza y descubrió, completamente atónito, que era verdad. Se le había formado un pequeño nudo en el estómago, pero ya no dolía. Jerry tenía la razón. Luego de tres años y una aventura con ella, estaba por fin de regreso a la vida.
—Creo que por fin he superado su muerte. Fue muy difícil —dijo mirándola a los ojos—, pero se hace necesario continuar. Claro que entender eso me costó dos años.
Amarelia le tomó delicadamente la mano izquierda por sobre la mesa. Durante un momento pareció que iba a decir algo, pero entonces apareció la camarera para retirarles los platos de la cena.
—Después del asunto de la semilla no hay mucho más que contar. Gané un buen dinero con eso, y luego Carina murió. Como te dije no puedo hablar de eso, pero también recibí un pago entonces.
»La pena por la pérdida me dejó tan destrozado que dejé de ser investigador. Abrí un club de tiro, que conociste la primera vez que nos vimos, y eso es todo. Claro que podrías agregar a una mujer, mayor del ejército sigmano que me ayudó a seguir adelante. Ella fue la relación que no terminó bien, de la que te hablé algo anoche.
—Y ahora vas a Alcantar a una conferencia sobre desencriptado —dijo ella, tratando de poner una sonrisa en su rostro, para romper lo que casi se había transformado en algo triste.
—En efecto —mintió a medias Jaime.
Llegó el café, de una cosecha fileriana excelente según Amarelia, que bebieron hablando en todo momento. A Jaime le tenía maravillado lo fácil que le resultaba hablar con ella. No tenía ni remotamente la intención de contarle tanto de Carina, mucho menos mostrarle el holograma que conservaba de ella, pero así había sido.
Cuando los altavoces de la cúpula anunciaron que estaban a una hora de salir del salto, habían terminado el café y bebían calari dorado. Entonces la música subió un poco de volumen, dejando oír una lenta pieza.
—¿Bailamos un poco? —preguntó Jaime levantándose y ofreciéndole la mano izquierda, que ella tomó mientras se incorporaba.
—Encantada.
Llegaron cerca del centro de la pista y Jaime la tomó de la cintura, suponiendo que ella pondría las manos en sus hombros, pero Amarelia lo abrazó por el cuello así que terminó rodeándola con ambos brazos. Volvieron a charlar en el acto, entrando en la infancia de ella, en una zona rural de Alfa.
Era hija de comerciantes agrícolas, de relativa prosperidad. Su hermano, mayor que ella por tres años, se hacía cargo del negocio familiar ahora que los padres se encontraban disfrutando de un tiempo de descanso, por lo que su ingreso en la flota alcantarana se había visto libre de obstáculos, salvo el de su madre.
—No la critico por su negativa tajante al oponerse a mis planes, porque perdió a dos hermanos en la flota.
—¿Cómo murieron?
—El mayor estaba en la escolta de un convoy de materiales de Sigma a Drevia. Al llegar al agujero de gusano del sector karilano fueron atacados por piratas. La flota ganó la escaramuza, pero la nave en la que estaba destacado mi tío fue destruida.
—¿La flota ha tenido muchos encuentros con piratas?
—Más de los que se informan a la prensa. Es sumamente arriesgado escoltar envíos de materiales, en especial a los mundos independizados recientemente. El problema es que el servicio de escolta, como de seguro sabes, entrega muy buenos ingresos al Imperio. Por ello tenemos la flota más grande de toda la Unión.
—¿Has estado en combate?
Amarelia, que durante todo el baile había mantenido la mirada en los ojos de Jaime, bajó un momento la cabeza antes de responder.
—Me he encontrado cuatro veces en misiones de escolta en las que nos han atacado piratas. En el segundo encuentro, hace casi veintitrés años, estuve realmente cerca de la muerte. Recibí múltiples heridas y pasé dos meses en tratamiento y rehabilitación.
Jaime notó con claridad que ella se estremecía al recordar aquello.
—La tercera vez fue peor, pero no para mí. Escoltábamos un convoy de materiales terrestres y sigmanos a Fileria, cuando iniciaba la terraformación del cuarto mundo de su sistema. El esfuerzo no sería muy grande pues el planeta tiene una atmósfera respirable, pero los continentes necesitaban algo de trabajo en la fauna para ser habitables.
»La nave en la que yo había sobrevivido a las heridas que casi me matan, resultó destruida. Salí con un grupo de escape en una vaina de salvamento, y pasé dos semanas estándar en Fileria cuarto. Eso fue hace veinte años.
»los otros dos encuentros fueron menos memorables. Menos memorables si no consideramos que en el cuarto encuentro atrapamos a casi todos los piratas y desactivamos uno de los grupos más grandes de operaciones ilegales de la Unión.
—Supongo que debo felicitarte por eso.
—Deberías. La fragata en la que estaba en esos años fue la responsable del asalto a un grupo de asteroides en el que estaba la base pirata.
Entonces ella guardó silencio un momento antes de agregar:
—La parte más importante de mi asignación en Sigma fue encontrar a un grupo comprador de artículos robados por piratas. En el mercado negro se vende el noventa por ciento de lo recolectado en los convoyes atacados.
—Tú misma lo dijiste. Sigma es fascinante.
Amarelia rió sonoramente, dándole de paso un golpe en la oreja.
—Lamento decirte, sigmano, que el mercado negro de tu mundo tiene un par de compradores menos.
—Perdona si no salto de alegría o me largo a llorar.
Ella le contó entonces que su otro tío había muerto hacía algo así como sesenta años, en el desarrollo alcantarano de los portales móviles para naves exploradoras. Un accidente en el que tres kilómetros cúbicos de una luna del sistema Ligar habían sido literalmente evaporados.
—Como comprenderás, mi mamá no tenía ni las menores ganas de que otro familiar entrara al mismo grupo que ya le había arrebatado a dos de sus hermanos. Por eso mismo tuvimos una serie de peleas que ahora, distanciada por el tiempo, podría definir como memorables. Al final ingresé en la flota y, aunque nunca lo dirá en voz alta, me parece que se siente orgullosa de mí. Fue a mi ceremonia de graduación y me abrazó con fuerza cuando terminó. De todos modos las peleas hicieron que nos distanciáramos mucho. Súmale a eso el que nunca sé mi próximo destino...
Minutos después la cercanía del fin del salto era notoria. Los anillos dorados atravesaban la cúpula cada vez con menos intervalo de tiempo entre uno y otro, lo que entregaba una luminosidad impresionante a la pista de baile.
Cuando se anunció que faltaban sólo cinco minutos, se hizo visible un espectáculo totalmente diferente al de la entrada. Se acercaba un nuevo anillo dorado desde delante, pero justo en la línea de la proa se encontró con otro anillo también dorado que había aparecido desde popa. La conjunción generó un estallido de luz blanca que bañó la cúpula durante un instante.
Amarelia y Jaime, que habían pasado casi la totalidad de la hora anterior bailando y charlando, se detuvieron en el acto, tal como los demás pasajeros. Continuaron abrazados, pero concentraron su atención en la proa del Europa. En la distancia ya se veía un nuevo punto ambarino, que no tardaría en asumir la forma de un anillo. Una nueva explosión de color blanco, y cuando el fulgor se esfumó un nuevo punto dorado delante.
Jaime y Amarelia se soltaron y se giraron hacia la proa para contemplar en todo su esplendor el espectáculo. No obstante él le ofreció el brazo y ella lo aceptó con una sonrisa.
La iluminación de la cúpula había dejado de ser tenue, pues los anillos de metarrealidad y las explosiones blancas fueron poco a poco pasando cada vez con mayor frecuencia, lo que bañaba el entorno de luz. Sumado a esto, la propia decoración del recinto y la variedad de las vestimentas generaban multitud de colores.
Jaime giró un momento la cabeza para mirar a su compañera, y vio cómo el rostro se veía iluminado no sólo por la luz, sino también por una amplia sonrisa, casi seguro por el regreso a su mundo.
Amarelia también se giró, y al descubrirlo con la vista clavada en ella, le dedicó una sonrisa que no tenía nada que ver con el gesto alcantarano. Era de pura y franca alegría, mezclada con admiración. Entonces, sin poder evitarlo del todo, Jaime la besó en la mejilla.
—En realidad fue una excelente idea. Muchas gracias.
—Yo debo darte las gracias. Recuerda que de no ser por ti, no habría podido entrar aquí.
Los anillos llegaron al punto en el que no mediaba ni dos segundos entre uno y otro, y el mismo intervalo ocurría con los que llegaban desde la popa del Europa. De esta forma los estallidos de luz blanca fueron casi continuos, pero de todos modos era posible apreciar cuando los aros dorados se acercaban a toda velocidad. Finalmente la luz blanca de las conjunciones se vio reemplazada por un intenso fulgor dorado, y dos segundos después el borde del gigantesco portal pasó junto a la cúpula.
Los pasajeros prorrumpieron en aplausos, y uno de los más entusiastas fue precisamente Amarelia, la que batía palmas sin soltar el brazo de Jaime.
Poco a poco el anillo del portal fue quedando atrás mientras el Europa cambiaba el rumbo para dirigirse cerca del centro del sistema. Cuando la proa dejó la semiesfera de la estación de salto, fue completamente visible el sol alcantarano, disminuido por la distancia.
—¿Cuánto tardaremos hasta Alcantar tres? —preguntó Jaime.
—Un día y medio a partir de ahora. Ganamos medio día porque el sistema tiene tres planetas menos que Sigma.

sábado, 4 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 3: El Mensaje (parte 3)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA

CAPÍTULO 3:
EL MENSAJE.


Faltando unos minutos para las ocho de la noche la descompilación estuvo lista. Antes de hacer nada más, Jaime compiló el código completo y supo en el acto que había dado en el clavo, pues el archivo original y el suyo resultante eran idénticos en tamaño. Tenía el mensaje completo, y por fin podía intentar desencriptarlo para tratar de determinar el destino.
Ejecutó su compilación y el resultado fue perfecto. Apareció desde su archivo el mensaje. LO ESTOY MATANDO EN ESTE MOMENTO.
Inició un algoritmo de trabajo, y eliminó por completo todas las líneas de texto en el código de vocales. El resultado pesaba menos que el original, pero al ejecutarlo comprobó que estaba en lo correcto. El rectángulo blanco presentaba algunas fluctuaciones apreciables a simple vista y sin reducir la velocidad. Se confirmaba el que dichas líneas que no eran en lo absoluto de programación estaban ahí para completar el rectángulo.
—Afortunadamente no habría perdido mi cabeza —dijo en voz alta.
Creó una simulación de envío y ejecutó una vez más el archivo. Luego estudió las entradas del registro.
INICIANDO ENVÍO
BUSCANDO CÓDIGO
PORCIÓN UNO ENCONTRADA
PORCIÓN UNO NO COMPLETA
PORCIÓN DOS ENCONTRADA
PORCIÓN DOS NO COMPLETA
PORCIÓN TRES ENCONTRADA
PORCIÓN UNO COMPLETA
PORCIÓN TRES COMPLETA
PORCIÓN CUATRO ENCONTRADA
PORCIÓN DOS COMPLETA
PORCIÓN CUATRO NO COMPLETA
PORCIÓN CINCO ENCONTRADA
PORCIÓN CUATRO COMPLETA
PORCIÓN CINCO NO COMPLETA
PORCIÓN SEIS ENCONTRADA
PORCIÓN SEIS COMPLETA
PORCIÓN SIETE ENCONTRADA
PORCIÓN CINCO COMPLETA
PORCIÓN SIETE COMPLETA
Resultaba fascinante. Las diferentes porciones según los colores se interconectaban en el código, por lo que si sólo se tenía una de ellas siempre arrojaría un código faltante en la misma porción. Incluso con dos era muy posible que no bastara para verla completa, pues las interconexiones iban desordenadas.
Jaime se puso de pie y estiró la espalda. Ya llevaba algunas horas de trabajo casi ininterrumpidas, con el consiguiente esfuerzo de los músculos.
Sentía ganas de dejarlo por ese día, pero antes hizo una cosa más. La siguiente fase en el análisis era tratar de encontrar las coordenadas de destino del mensaje, y suponía que estas estaban bien ocultas en el código. Claro que con lo que había hecho ese día, suponía que también podían estar a simple vista, esperando sólo el uso del método correcto. Por lo mismo, y dado que lo demás había estado siempre en la superficie, programó un algoritmo de búsqueda con parámetros bien definidos.
Separar las líneas de código que tuviesen alguna indicación de grados. La latitud y longitud eran muy poco usadas para determinar coordenadas, pero el programa compilador asimismo estaba en desuso. Colocó también en el algoritmo las palabras latitud, longitud, minutos y segundos. Finalmente programó una búsqueda selectiva para encontrar el momento en el que el mensaje llegara al receptor diplomático en Alcantar. Debía existir la indicación para buscar un canal de salida del receptor antes de que fuese registrado, si es que en efecto los alcantaranos estudiaban el tráfico diplomático antes de entregarlo a destino.
Lanzó el algoritmo y esperó. Tardaría unos cuantos minutos para revisar tal cantidad de código, pero ahora ya no estaba preocupado por una posible demora. Por mucho que el texto estuviese encriptado, al contar con el mensaje completo era sólo cosa de revisar.
Estaba decidiendo entre la posibilidad de ordenar la cena a su cuarto o contactar a la capitana Discridali para encontrarse en uno de los bares del Europa, cuando sonó el indicador de llamadas internas. Era imposible que sonara el de comunicaciones exteriores mientras estuviesen en salto.
—Estaba por llamarte —dijo en cuanto Amarelia se materializó, sentada en el escritorio, con el tamaño de una muñeca de diez centímetros.
La chica usaba una bata de baño, y aparentemente acababa de salir de la ducha, pues el cabello estaba visiblemente mojado y no tenía formado ninguno de los anillos.
—Entonces es posible que estuviésemos pensando en lo mismo.
—Siempre y cuando pensaras en la cena.
Ella sonrió.
—Pensaba justamente en la cena, pero en la cúpula de proa.
—¿Es comedor?
—Sólo esta noche —respondió Amarelia, ampliando la sonrisa—. Estamos a algo así como dos horas y media de salir del salto. Por eso se puede cenar ahí. Cuando iniciamos el salto ayer no te vi en la cúpula.
—Estaba en la de babor.
—¿Babor? Debías ser el único, ya que la vista es mucho mejor en la proa.
—Sí, estaba solo. Quería pensar en algunas cosas.
—Bueno —dijo ella encogiéndose de hombros—, si quieres puedes salir del salto en compañía. Se promete una cena de buena calidad, algo de baile, y desde luego la salida, que resulta espectacular desde primera fila en la proa.
—Estaré encantado. ¿Dos horas y media dices?
Amarelia inclinó la cabeza como asentimiento, y Jaime no pudo evitar el pensar que los anillos de cabello le daban un aspecto mucho mejor al gesto. Seguía siendo grácil, femenino, insinuante y algo provocativo, pero le faltaba un toque normal en ella.
—¿Ocurre algo? —preguntó la chica.
—No, nada.
—Debe pasar algo. Te quedaste mirándome con cara de tonto un momento.
Jaime dejó escapar una risotada.
—Vaya, así que cara de tonto.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que pusiste una cara sumamente interesante cuando me miraste?
—Bueno, supongo que me terminaré acostumbrando a la franqueza alcantarana. Lo que pasa es que no te había visto sin los aros en la cabeza, Amarelia.
Ella se llevó una mano a la coronilla, en un gesto del que no parecía del todo consciente.
—Tienes razón. Supongo que las mujeres alcantaranas cambiamos mucho sin nuestros anillos.
—Oh, no me interpretes mal —se apresuró a decir Jaime—. Te ves hermosa como siempre. Es sólo que pareces muy diferente.
—Gracias por lo de hermosa.
Ahora él se inclinó, doblando ligeramente el cuerpo por la cintura, lo que la hizo reír.
La imagen holográfica sólo la mostraba a ella, y si bien aparecía de cuerpo entero, ni siquiera la silla en la que se mantenía era visible. Por lo mismo Jaime sólo vio que estiró la mano a un costado, la cual desapareció un instante y regresó con una pequeña cinta de color negro. Luego, en un fluido y rápido movimiento, separó de su frente un mechón de cabello, formó el anillo de distinción y lo anudó. La cinta, al ser del mismo color que la espesa cabellera, quedaba perfectamente disimulada.
—¿Mejor? —preguntó cuando bajó ambas manos otra vez.
—No sabría decirte si mejor o no, pero ahora pareces más tú otra vez. Hermosa sin duda, pero algo más Amarelia.
Ella inclinó la cabeza en agradecimiento, y él notó que en el hecho, aunque sólo fuese un anillo, el gesto se veía mejorado.
—¿Unos minutos antes de las nueve entonces? —preguntó ella luego de unos instantes de silencio.
—Estaré encantado. Nos vemos en la cúpula de proa.
—Entonces necesito que hagas algo. La cena en proa es sólo para primera y clase ejecutiva. ¿Podrías hacer la reserva e incluirme como tu acompañante?
—Estaré encantado, pero ¿no dijiste que habías visto el salto desde proa?
—Y lo hice. En ese momento la cúpula no era comedor. Como cabía más gente, no estaba restringida.
—No hay problema. ¿Es cena de gala?
Amarelia rió con desenfado, mientras meneaba la cabeza.
—Para nada. Es sólo una cena, con algo de baile, tragos y un espectáculo de luces con forma de anillos, que termina con una panorámica de un portal de salto y el sol alcantarano algo pequeño por la distancia. En mi caso pretendo ir con una tenida sigmana preciosa que encontré en la capital de tu mundo hace unos meses.
Jaime no pudo evitar enarcar una ceja, y pensó de inmediato que tal vez acababa de cometer una falta de respeto. Esto se vio desmentido en el acto, cuando ella volvió a reír, pero ahora con una verdadera carcajada.
—Imagino que prefieres, como la gran mayoría de los hombres no-alcantaranos, las prendas que muestran la piel.
—no pretendía ofender —respondió, a pesar del gesto divertido en el rostro de Amarelia.
—No ofendes. Todo lo contrario. Es sólo que resulta algo incómodo manejarse con tanto cuidado siempre. En todo caso no creas que iré tan lejos de las costumbres alcantaranas.
—Me come la curiosidad —dijo ahora Jaime, tratando por una vez de tomar la delantera de alguna forma—. Sea lo que sea, sin duda te verás hermosa.
—Vaya, un sigmano galante al estilo alcantarano. Esa es toda una sorpresa.
—¿Tan rudos nos consideras?
—Para el estilo de mi mundo, algo. Pero al mismo tiempo eso es un tanto fascinante.
—Entonces imagina la mezcla que puedes descubrir en un sigmano que es galante también.
—Me come la curiosidad, Jaime.
—Nos vemos a eso de las nueve entonces.
Ella asintió sonriendo y cortó la comunicación.
Jaime buscó en su maleta algo que fuese apropiado para los parámetros que ella le había dado, y cuando sacaba una camisa azul que hiciera juego con un par de pantalones negros, se dio cuenta de que estaba canturreando en voz baja. La mujer era realmente hermosa. Tal vez no tanto como Brecyne o Nesuv, que tenían unas cuantas décadas más para aprender a sacarle partido a sus encantos, pero sí que resultaba grato mirarla.
Sacó un par de zapatos cómodos, ideales para bailar un poco, y estaba por dirigirse a la ducha cuando el proceso de búsqueda en el código del mensaje hizo sonar un indicador.
Tal como había pensado, la información estaba a simple vista. En primer lugar había un diminuto programa preparado para el ingreso en el receptor de comunicación diplomática de Alcantaria, que borraría el mensaje si éste era leído o intentado leer antes de salir de ahí. Al mismo tiempo apareció el protocolo de salida, con el destino.
Aquí Redswan volvía a demostrar por qué era el asesino más caro de la Unión. En lugar de dar un único destino para el mensaje, salía en siete direcciones a la vez. Cada uno de ellos tenía coordenadas diferentes, pero ningún indicador del destinatario real. Nada del nombre de una propiedad, nada de una institución o villa o casa, sino sólo coordenadas. De la misma forma, el programa estaba preparado para auto eliminarse del receptor en cuanto las siete emisiones estuviesen completas. Para mayor, el mensaje estaba preparado para ser retransmitido de forma automática si era recibido por un receptor/emisor. Si en efecto lo era, volvería a salir en otras siete direcciones. Ello aumentaba de forma alarmante su trabajo.
Jaime sacó de su maleta uno de los textos que había adquirido sobre el mundo de origen alcantarano, y extrajo un mapa detallado de Alfa.
Las coordenadas programadas por Redswan estaban, tal como había supuesto, expresadas en el arcaico sistema de latitud y longitud, en grados, minutos y segundos. Aparecían abreviadas y mezcladas con otras cosas en el texto, pero el algoritmo que había hecho para localizarlas no había tenido problema en identificar las palabras clave.
Transformó los datos al sistema de posicionamiento estándar general y ubicó las coordenadas en el mapa.
Tres de los siete destinos estaban cerca del centro de la ciudad, dos en la costa y los otros dos en el océano, a unos cuantos kilómetros al interior.
Con eso ya podía comenzar realmente la investigación. Desde luego cabía la posibilidad de que una o más de las coordenadas estuvieran en algún recinto al que le fuese imposible acceder, pero contaba, o por lo menos eso se suponía, con los recursos de algunos de los más altos dignatarios del Imperio.
Colocó el mapa con los puntos de destino en un anotador digital, anotó por si acaso los mismos en la libreta de papel, cerró todo, hizo la reserva en la cúpula de proa, pero antes de entrar al baño para ducharse hizo una cosa más.
Al inicio del estudio del mensaje se había encontrado con el detalle curioso de que no le era posible tocar el texto. Éste simplemente se esfumaba y desaparecía de la propia matriz de su computador. Buscó lo que debía ser el mecanismo final de seguridad en el código, y al cabo de menos de un minuto lo encontró.
El mensaje no era posible de almacenar. Desde luego que estaba almacenado en el disco que le habían entregado, pero ese archivo era proveniente del desintegrador sináptico. Una vez emitido cualquier intento de alterarlo o almacenarlo conducía al fracaso.
Esto le entregaba un punto adicional para la investigación. Fuese quien fuese el destinatario del mensaje, debía estar esperándolo. El texto aparecía en la pantalla al momento de ser aceptada la transmisión, y nada más descartarlo por otra cosa, se borraría de inmediato. De esta forma se hacía necesario el saber quién había estado en las coordenadas prefijadas el día en el que supuestamente sería recibido el aviso con la muerte de Dibaltji, o también, un cómplice que se encargara de recibirlo para que se retransmitiera.
Hizo un rápido cálculo mental, y supuso que debía centrarse en el día siguiente al del ataque. No sería nada fácil determinar al culpable, pero sí le permitiría ir descartando posibles sospechosos.
Unos minutos después, mientras el agua le caía por la dolorida espalda y lo relajaba, se recordó por enésima vez que debía tener cuidado y no dejar que Amarelia le tomara la mano derecha. Sería algo difícil si compartían algunas piezas de baile, pero no imposible.