sábado, 11 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 4: Arribo a Alcantar (parte 1)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 4:
ARRIBO A ALCANTAR.

Jaime esperaba junto a la entrada de la cúpula de proa, reclinado contra una pared. Hasta donde alcanzaba a ver desde su posición el recinto todavía estaba medio vacío, y casi totalmente en penumbra. Resultaba lógico suponer que esto último era para que se destacara más el momento en el que los anillos dorados irían pasando cada vez más rápido antes de regresar al espacio normal.
Dos mujeres filerianas, o por lo menos de indumentaria fileriana, pasaron a su lado tomadas de las manos y hablando alegremente. Una de ellas le comentaba a su pareja que estaba ansiosa por conocer el famoso campo para deportes invernales de Beta, que aseguraba nieve todo el año.
Jaime sonrió.
Esta era la tercera vez que estaba lejos de Sigma, y el entender que no había viajado la gran cosa lo tenía totalmente indiferente. Sin embargo quienes contaban con buenos ingresos o cantidades de dinero viajaban mucho por la unión, ya fuera por vacaciones o por el mero acto de viajar.
Pensó que era muy posible que las dos mujeres que justo en ese momento desaparecían de la vista en la cúpula se movieran de mundo en mundo buscando la mejor playa, el mejor río, el mejor cielo, la mejor pista de trineo de nieve. Al mismo tiempo pensó que en su caso se aburriría de no permanecer en un lugar por largo tiempo.
—Lamento haberte hecho esperar.
Se giró y vio que Amarelia avanzaba hacia él por el corredor. Tal como le había dicho, vestía un hermoso conjunto sigmano de fiesta. Una falda pantalón de color rojo hasta medio muslo, zapatos de tacón alto totalmente transparentes, una fina blusa también de color rojo que tenía las mangas largas y alta hasta el cuello, pero que dejaba la espalda casi completa al descubierto, un hermoso cinturón color crema que entallaba la figura, y en el cabello, que si bien estaba suelto, se veían una serie de listones de colores que caían hacia atrás desde la nuca. En los tobillos usaba pulseras de plata, lo que junto con los aros de cabello manifestaba su origen. Finalmente los anillos capilares aparecían formados no por cintas negras como le había visto hacer unos minutos atrás, sino que, resaltando el atuendo completo, estaban atados con listones de seda roja. Jaime advirtió casi en el acto que no usaba ninguno de los signos de su rango, ni siquiera los brazaletes del brazo izquierdo.
—¿Pretendes matar a alguien de la emoción al verte?
Amarelia hizo la sugerente inclinación de cabeza que comenzaba a conocerle mientras sonreía por el piropo, pero también se sonrojó a ojos vista.
—Viéndote vestida así me siento casi como un muñeco de madera.
—Te ves muy bien —le respondió ella, llegando a su lado—. Desde tiempos inmemoriales las mujeres nos hemos vestido y adornado mucho más que los hombres. En tu caso diría que así estás perfecto.
Entonces ella levantó una mano y le tocó el lóbulo de la oreja izquierda, donde aparecía el único adorno que Jaime usaba. Los dedos de Amarelia fueron recorriendo el fino colgante de oro y lo sopesó un instante en la palma de la mano.
—Aunque un adorno como este agrega un toque fantástico, si me permites que te lo diga.
—Te lo permito, te lo permito. —entonces, esperando no caer en una falta de respeto, preguntó—: ¿Las alcantaranas se perforan las orejas?
Ella amplió la sonrisa, todavía acariciando tenuemente la oreja de Jaime.
—Desde luego. La diferencia radica en la forma de hacerlo. En mi caso me inclino por la perforación láser. Rápida, indolora y completamente limpia.
—Es que, si bien no puedo decir que te conozco mucho, nunca te he visto un pendiente.
—Me gustan, pero el uniforme impone algunas restricciones. Este que usas, por ejemplo, es totalmente de mi agrado. Un tanto masculino si me preguntan, pero lo usaría encantada de la vida.
—Te lo dejaría, pero veo que tus agujeros se han cerrado y además éste precisamente tiene un valor sentimental alto.
—¿Entramos? —preguntó ella mientras le soltaba la oreja y se colgaba de su brazo.
En cuanto traspusieron el umbral una joven mujer apareció justo delante.
—Bienvenidos, señorita Discridali, señor Rigoche. Tengan la bondad de seguirme, por favor.
Al volverse comenzó a destellar la banda que anudaba el cabello de la mujer, por lo que fue fácil seguirla en la penumbra. La tenue iluminación del recinto estaba dada por velas en cada una de las mesas, por unos pocos y atenuados globos de luz en el centro de la cúpula y por unas cuantas luces que demarcaban la pista de baile. Una agradable música parecía emanar de todas partes, en un volumen ideal para charlar.
Cuando se acomodaban en la mesa a la que la chica los condujo, un anillo dorado cruzó a toda velocidad por el amplio campo visual, proporcionando un brillo casi sobrecogedor a la estancia.
—Esta fue una excelente idea —dijo Jaime cuando la camarera se retiraba con la orden de ambos.
—Eso espero. Es la primera vez que puedo ver la salida de un portal de salto.
—¿No lo habías hecho antes?
—Nunca —respondió Amarelia meneando la cabeza—. Como militar los viajes suelen ser en naves correo, transportes de tropas o naves de guerra. En ninguna de ellas el espectáculo forma parte del pasaje. He visto un par de veces la salida por una ventana, pero nunca había estado rodeada por el universo.
—Pero esta vez pudiste.
—Una licencia que me permití por el fin de mi asignación diplomática. Como contaba con algo de dinero, pude pagar el pasaje en esta nave.
Llegaron los tragos y brindaron.
Jaime notó que ella no le quitaba casi los ojos de encima, pero esta vez no estaba dispuesto a retirar la vista. Había algo en la forma que tenían las alcantaranas de taladrar con la mirada que resultaba inquietante. En ningún caso reflejaba desafío o beligerancia, pero sí daba la impresión de un profundo escrutinio.
—¿Has extrañado Alcantar? —preguntó Jaime luego de que el silencio durara un tiempo.
—Mucho. Este es el plazo más largo que he estado en asignación fuera del Imperio.
—¿Naciste en Alcantar?
—Sí. He estado por más de un año fuera del planeta madre, pero se trataba de destinos en el Imperio. Es extraño estar tanto tiempo con gente que no comparte las mismas costumbres. No me entiendas mal, por favor. Sigma es fascinante casi de principio a fin. Algo más... digamos flexible en algunas materias, como el mercado negro, pero fascinante. Sin embargo creo que no aceptaría un destino más largo fuera del Imperio.
»No sé, es difícil de explicar. Este es un gran tiempo para estar vivo. Las fronteras del espacio conocido se amplían casi a diario, y los avances en la técnica facilitan las cosas. Creo que soy afortunada al poder decir que un salto se me hace casi rutinario, pues hay miles de millones de personas que nunca han salido de sus mundos. Sin embargo siento que mi lugar es Alcantar o algún mundo alcantarano.
—Eres una romántica —dijo Jaime luego de un momento, alzando su copa en la forma que Brecyne y ella le habían mostrado.
—Jaime, yo diría que en el caso de las mujeres de mi mundo, la palabra es apasionada.
—De acuerdo, pero no he conocido mucho tiempo a las mujeres alcantaranas.
—Casi seguro que lo harás.
—¿Tienes familia en Alfa?
—Vaya, ¡cuántas preguntas! Sí, mis padres y mi hermano. Ninguno es militar, y la verdad es que mis continuas asignaciones han hecho que nos distanciemos un poco. Mi madre no quería que entrara a la milicia, pero yo sí.
Amarelia terminó encogiéndose de hombros.
—De todos modos quiero ir a verlos antes de que me entreguen mi próximo destino. Nunca se sabe. Podrían destinarme a la Tierra o Karila.
—También podrían asignarte una nave. Después de todo tu rango es de capitán de navío.
La mujer dejó escapar una tenue risa.
—Difícil. Para comenzar hay un buen número de capitanes con mayor antigüedad que la mía y que están más que capacitados para recibir un comando. En segundo lugar, por muy grande que sea la flota, no abundan las naves disponibles. Finalmente, por mucho que no se dieran las anteriores dos circunstancias, no estoy capacitada. Primero debo ingresar en la academia para el comando, y existe la posibilidad de que esa sea mi próxima asignación.
—¿Te gustaría recibir una nave?
—Claro que sí. —los ojos de Amarelia se iluminaron y proyectaron una expresión soñadora—. El comando de una nave es algo que siempre he querido. Desde el mismo momento que me dije que entraría a la milicia, supe que lo que realmente quería era el comando de una nave.
—¿Aunque no deje mucho tiempo para una pareja?
Amarelia volvió a encogerse de hombros.
—Por ahora no hay nadie, ni creo que lo haya durante un tiempo.
Jaime estaba por preguntarle la razón, pero ella se le adelantó.
—Ahora cuéntame algo de ti.
—¿Qué te gustaría saber? —respondió, cuando llegaba la cena.
—No sé... familia, amigos, trabajo, parejas...
mientras cenaban Jaime le contó una buena parte de su vida. Padres que habían muerto cuando se graduó de la escuela secundaria, viéndose obligado a buscar un trabajo a la mayor brevedad posible. Así había ingresado en las fuerzas de seguridad Sigmanas, lo que resolvía casi todos sus problemas.
—Mi idea original en la vida era entrar a la Universidad de Nueva Gales y estudiar administración financiera, y tal vez aprender a pilotar naves intra-sistema. Ya sabes, como piloto civil en el sistema sigmano. Pero la academia del cuerpo de seguridad me entregó un lugar donde dormir, un sueldo mensual y una carrera que podía seguir.
—¿Y la casa de tus padres?
—La casa en la que vivíamos desapareció como el humo por las deudas de juego de mi padre. Luego lo que quedó fue para los gastos del funeral, dejándome con lo suficiente para vivir un par de meses. Justo el tiempo que faltaba para que la academia recibiera nuevos reclutas.
A partir de ahí Jaime había ido ascendiendo. Primero en la academia, en donde llegó a ser delegado de reclutas, y luego en la fuerza propiamente tal, en la que llegó a sargento en menos de un año.
—Pero algo no me terminaba de cuadrar. Tal vez el uniforme, tal vez lo estricto de las reglas... no lo sé.
Cuando tenía excelentes posibilidades de alcanzar el grado de teniente, simplemente se había retirado y asociado con un instructor de la academia para formar una oficina de investigaciones privadas. Y ahí fue donde pareció encontrar su lugar.
Durante un par de años casi lo único que hizo fue seguir a hombres y mujeres para saber si tenían o no aventuras con alguien fuera de sus relaciones oficiales, buscar a algún que otro pariente perdido y en raras oportunidades tratar de encontrar fraudes en operaciones financieras.
Al cabo de tres años su socio había muerto en un trabajo, siguiendo a un posible marido infiel, que resultó ser un traficante de armas ilegales. Entonces Jaime se vio con el negocio para él solo, lo que resultó en un auténtico problema. La mayoría de los casos importantes eran llevados por su socio muerto, y él no manejaba ni la menor información al respecto. Durante un par de meses fue el caos más absoluto, hasta el punto que se planteó en muchas ocasiones dejar todo y salir de Sigma.
—Una vez llegué hasta el puerto espacial y estuve a pocos minutos de comprar un pasaje a Karila.
—¿Qué te lo impidió?
—Un cuadri llamado Laurus.
Su computador de bolsillo había arrojado una transmisión que lo llevó al distrito Colinas de Roma, en donde conoció a Laurus Ferkber. El cuadri era el respaldo de su antiguo socio, y tenía toda la información que Jaime necesitaba. Según Laurus, contaba con instrucciones muy detalladas de lo que debía hacer si su antiguo amigo moría. Entregar una serie de cajas a Jaime. La demora se había producido porque el día en cuestión era cuando se había enterado de los acontecimientos que transformaron a Jaime en el único miembro de Investigaciones Planeta.
—Laurus y yo nos hicimos amigos casi de inmediato. Con un poco de trabajo, y dado que él conocía Colinas de Roma muy bien, nos hicimos algo así como socios. Él conseguía información para los casos complicados y yo investigaba en terreno.
Laurus le había presentado a Susan Newman, una experta no-profesional en el campo de la robótica y los implantes corporales. Los tres juntos habían formado el equipo que, hacía cinco años atrás había recuperado, en frente de las narices de los organismos de seguridad y militar sigmanos, la semilla del Árbol Fundador de Sigma.
—En realidad... para esa época ya éramos cuatro. Siendo honesto, casi desde el principio fuimos cuatro.
—¿Quién era el cuarto?
El cuarto socio, aunque sólo Jaime era realmente el investigador, había aparecido por casualidad.
Unos días después de cerrar uno de los encargos heredados, y con el pago obtenido, Jaime fue de viaje turístico a la capital.
Algo que siempre había cultivado desde los diez años, era la fotografía. Una actividad que encontraba relajante y que le había servido bastante como investigador.
Se encontraba en el Parque del Fundador tomando fotografías a la gigantesca escultura, cuando había reparado en una mujer que seguía sus movimientos con gran atención. Él había tratado de tomarle una fotografía, pero la chica había dado un grito y acto seguido cubierto el rostro con ambas manos.
—Sólo es una fotografía —quiso explicarle, pero notó que ella no se había asustado, sino que se comenzaba a doblar de risa.
—¡Eso debes haberlo robado de un museo!
En realidad la cámara era relativamente nueva, pero el diseño aparentaba una reliquia de las que usaban un rollo con químicos sensibles a la luz.
Jaime sacó del pantalón una diminuta holoplaca y la activó mostrándosela a Amarelia.
—Carina Alexandrov. Una experta en comunicaciones, pero fatal en informática. Mucha gente dice que yo encontré la forma de penetrar la red de comunicación de los ladrones, pero en realidad fuimos Carina y yo.
—Carina Alexandrov —dijo Amarelia.
—Mi esposa durante seis años. Murió hace tres, en un incidente del que no tengo permitido hablar.
—¿Duele?
Jaime negó con la cabeza y descubrió, completamente atónito, que era verdad. Se le había formado un pequeño nudo en el estómago, pero ya no dolía. Jerry tenía la razón. Luego de tres años y una aventura con ella, estaba por fin de regreso a la vida.
—Creo que por fin he superado su muerte. Fue muy difícil —dijo mirándola a los ojos—, pero se hace necesario continuar. Claro que entender eso me costó dos años.
Amarelia le tomó delicadamente la mano izquierda por sobre la mesa. Durante un momento pareció que iba a decir algo, pero entonces apareció la camarera para retirarles los platos de la cena.
—Después del asunto de la semilla no hay mucho más que contar. Gané un buen dinero con eso, y luego Carina murió. Como te dije no puedo hablar de eso, pero también recibí un pago entonces.
»La pena por la pérdida me dejó tan destrozado que dejé de ser investigador. Abrí un club de tiro, que conociste la primera vez que nos vimos, y eso es todo. Claro que podrías agregar a una mujer, mayor del ejército sigmano que me ayudó a seguir adelante. Ella fue la relación que no terminó bien, de la que te hablé algo anoche.
—Y ahora vas a Alcantar a una conferencia sobre desencriptado —dijo ella, tratando de poner una sonrisa en su rostro, para romper lo que casi se había transformado en algo triste.
—En efecto —mintió a medias Jaime.
Llegó el café, de una cosecha fileriana excelente según Amarelia, que bebieron hablando en todo momento. A Jaime le tenía maravillado lo fácil que le resultaba hablar con ella. No tenía ni remotamente la intención de contarle tanto de Carina, mucho menos mostrarle el holograma que conservaba de ella, pero así había sido.
Cuando los altavoces de la cúpula anunciaron que estaban a una hora de salir del salto, habían terminado el café y bebían calari dorado. Entonces la música subió un poco de volumen, dejando oír una lenta pieza.
—¿Bailamos un poco? —preguntó Jaime levantándose y ofreciéndole la mano izquierda, que ella tomó mientras se incorporaba.
—Encantada.
Llegaron cerca del centro de la pista y Jaime la tomó de la cintura, suponiendo que ella pondría las manos en sus hombros, pero Amarelia lo abrazó por el cuello así que terminó rodeándola con ambos brazos. Volvieron a charlar en el acto, entrando en la infancia de ella, en una zona rural de Alfa.
Era hija de comerciantes agrícolas, de relativa prosperidad. Su hermano, mayor que ella por tres años, se hacía cargo del negocio familiar ahora que los padres se encontraban disfrutando de un tiempo de descanso, por lo que su ingreso en la flota alcantarana se había visto libre de obstáculos, salvo el de su madre.
—No la critico por su negativa tajante al oponerse a mis planes, porque perdió a dos hermanos en la flota.
—¿Cómo murieron?
—El mayor estaba en la escolta de un convoy de materiales de Sigma a Drevia. Al llegar al agujero de gusano del sector karilano fueron atacados por piratas. La flota ganó la escaramuza, pero la nave en la que estaba destacado mi tío fue destruida.
—¿La flota ha tenido muchos encuentros con piratas?
—Más de los que se informan a la prensa. Es sumamente arriesgado escoltar envíos de materiales, en especial a los mundos independizados recientemente. El problema es que el servicio de escolta, como de seguro sabes, entrega muy buenos ingresos al Imperio. Por ello tenemos la flota más grande de toda la Unión.
—¿Has estado en combate?
Amarelia, que durante todo el baile había mantenido la mirada en los ojos de Jaime, bajó un momento la cabeza antes de responder.
—Me he encontrado cuatro veces en misiones de escolta en las que nos han atacado piratas. En el segundo encuentro, hace casi veintitrés años, estuve realmente cerca de la muerte. Recibí múltiples heridas y pasé dos meses en tratamiento y rehabilitación.
Jaime notó con claridad que ella se estremecía al recordar aquello.
—La tercera vez fue peor, pero no para mí. Escoltábamos un convoy de materiales terrestres y sigmanos a Fileria, cuando iniciaba la terraformación del cuarto mundo de su sistema. El esfuerzo no sería muy grande pues el planeta tiene una atmósfera respirable, pero los continentes necesitaban algo de trabajo en la fauna para ser habitables.
»La nave en la que yo había sobrevivido a las heridas que casi me matan, resultó destruida. Salí con un grupo de escape en una vaina de salvamento, y pasé dos semanas estándar en Fileria cuarto. Eso fue hace veinte años.
»los otros dos encuentros fueron menos memorables. Menos memorables si no consideramos que en el cuarto encuentro atrapamos a casi todos los piratas y desactivamos uno de los grupos más grandes de operaciones ilegales de la Unión.
—Supongo que debo felicitarte por eso.
—Deberías. La fragata en la que estaba en esos años fue la responsable del asalto a un grupo de asteroides en el que estaba la base pirata.
Entonces ella guardó silencio un momento antes de agregar:
—La parte más importante de mi asignación en Sigma fue encontrar a un grupo comprador de artículos robados por piratas. En el mercado negro se vende el noventa por ciento de lo recolectado en los convoyes atacados.
—Tú misma lo dijiste. Sigma es fascinante.
Amarelia rió sonoramente, dándole de paso un golpe en la oreja.
—Lamento decirte, sigmano, que el mercado negro de tu mundo tiene un par de compradores menos.
—Perdona si no salto de alegría o me largo a llorar.
Ella le contó entonces que su otro tío había muerto hacía algo así como sesenta años, en el desarrollo alcantarano de los portales móviles para naves exploradoras. Un accidente en el que tres kilómetros cúbicos de una luna del sistema Ligar habían sido literalmente evaporados.
—Como comprenderás, mi mamá no tenía ni las menores ganas de que otro familiar entrara al mismo grupo que ya le había arrebatado a dos de sus hermanos. Por eso mismo tuvimos una serie de peleas que ahora, distanciada por el tiempo, podría definir como memorables. Al final ingresé en la flota y, aunque nunca lo dirá en voz alta, me parece que se siente orgullosa de mí. Fue a mi ceremonia de graduación y me abrazó con fuerza cuando terminó. De todos modos las peleas hicieron que nos distanciáramos mucho. Súmale a eso el que nunca sé mi próximo destino...
Minutos después la cercanía del fin del salto era notoria. Los anillos dorados atravesaban la cúpula cada vez con menos intervalo de tiempo entre uno y otro, lo que entregaba una luminosidad impresionante a la pista de baile.
Cuando se anunció que faltaban sólo cinco minutos, se hizo visible un espectáculo totalmente diferente al de la entrada. Se acercaba un nuevo anillo dorado desde delante, pero justo en la línea de la proa se encontró con otro anillo también dorado que había aparecido desde popa. La conjunción generó un estallido de luz blanca que bañó la cúpula durante un instante.
Amarelia y Jaime, que habían pasado casi la totalidad de la hora anterior bailando y charlando, se detuvieron en el acto, tal como los demás pasajeros. Continuaron abrazados, pero concentraron su atención en la proa del Europa. En la distancia ya se veía un nuevo punto ambarino, que no tardaría en asumir la forma de un anillo. Una nueva explosión de color blanco, y cuando el fulgor se esfumó un nuevo punto dorado delante.
Jaime y Amarelia se soltaron y se giraron hacia la proa para contemplar en todo su esplendor el espectáculo. No obstante él le ofreció el brazo y ella lo aceptó con una sonrisa.
La iluminación de la cúpula había dejado de ser tenue, pues los anillos de metarrealidad y las explosiones blancas fueron poco a poco pasando cada vez con mayor frecuencia, lo que bañaba el entorno de luz. Sumado a esto, la propia decoración del recinto y la variedad de las vestimentas generaban multitud de colores.
Jaime giró un momento la cabeza para mirar a su compañera, y vio cómo el rostro se veía iluminado no sólo por la luz, sino también por una amplia sonrisa, casi seguro por el regreso a su mundo.
Amarelia también se giró, y al descubrirlo con la vista clavada en ella, le dedicó una sonrisa que no tenía nada que ver con el gesto alcantarano. Era de pura y franca alegría, mezclada con admiración. Entonces, sin poder evitarlo del todo, Jaime la besó en la mejilla.
—En realidad fue una excelente idea. Muchas gracias.
—Yo debo darte las gracias. Recuerda que de no ser por ti, no habría podido entrar aquí.
Los anillos llegaron al punto en el que no mediaba ni dos segundos entre uno y otro, y el mismo intervalo ocurría con los que llegaban desde la popa del Europa. De esta forma los estallidos de luz blanca fueron casi continuos, pero de todos modos era posible apreciar cuando los aros dorados se acercaban a toda velocidad. Finalmente la luz blanca de las conjunciones se vio reemplazada por un intenso fulgor dorado, y dos segundos después el borde del gigantesco portal pasó junto a la cúpula.
Los pasajeros prorrumpieron en aplausos, y uno de los más entusiastas fue precisamente Amarelia, la que batía palmas sin soltar el brazo de Jaime.
Poco a poco el anillo del portal fue quedando atrás mientras el Europa cambiaba el rumbo para dirigirse cerca del centro del sistema. Cuando la proa dejó la semiesfera de la estación de salto, fue completamente visible el sol alcantarano, disminuido por la distancia.
—¿Cuánto tardaremos hasta Alcantar tres? —preguntó Jaime.
—Un día y medio a partir de ahora. Ganamos medio día porque el sistema tiene tres planetas menos que Sigma.

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