domingo, 26 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 4: Arribo a Alcantar (parte 2)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 4:
ARRIBO A ALCANTAR.


Cuando Jaime regresó a su cuarto, pasada las dos de la mañana según tiempo de la nave, se sentía muy bien y relajado. La noche había sido perfecta en más de un sentido. Amarelia era una compañía muy grata para una velada como la que acababa de terminar, el baile había estado muy bien antes y después del ingreso al espacio normal, los tragos habían acompañado un momento alegre como pocos que recordaba, pero eso no era todo.
El recuerdo de Carina se había atenuado genuinamente. Tal y como le había dicho Jerry, tal como él había descubierto durante la charla con Amarelia, ya no dolía. Tiempo atrás sus sentimientos se empeñaron en asegurarle que el día que eso pasara sería como traicionarla, pero no era así. Por el contrario ahora se veía capaz de colocar el recuerdo de ella en su justa medida. Un recuerdo muy querido, pero ya no del todo añorado.
—¿Quieres entrar un momento? —le había preguntado Amarelia cuando llegaron a la puerta de su camarote.
Él enarcó una ceja y le sonrió, lo que provocó en ella una carcajada estridente que la hizo inclinar la cabeza hacia atrás, al tiempo que le daba un golpe no muy delicado en el hombro.
—Tengo una botella de calari rojo genuino. Creí que te gustaría probarlo y, después de todo, es un buen momento para abrirla, pero no me gustaría hacerlo estando sola. Y no, Jaime. No tengo la intención de dormir contigo, por muy simpático que me resultes.
—Eso puede sonar, y de verdad que sonó ofensivo.
Otra vez una carcajada.
—Ya te dije que me resultas atractivo, pero también que no manejo el sexo como la mayoría de las mujeres de mi mundo.
»¿Me acompañas o no?
—Encantado. Hace mucho que no pruebo un buen calari rojo.
Y habían sido otros cincuenta minutos, en los que la charla siguió tan amena como durante toda la noche, además de vaciar algo menos de media botella de calari rojo.
Al entrar a su cuarto Jaime se sentía bastante más que chispeado. Nunca en su vida, ni siquiera en los dos años malos después de la muerte de Carina, había probado el calari negro, pero Jerry solía decir que tenía la potencia suficiente para emborrachar al sigmano medio con dos copas pequeñas. ¡Y Amarelia tenía una botella de ese brebaje!
Sin saber en realidad muy bien lo que hacía, se acercó a la consola de comunicaciones y activó el receptor. La luz de mensaje grabado le había llamado la atención desde que entrara, pero lo que vio lo dejó casi completamente sobrio.
Un holograma de diez centímetros de alto proyectó a Natalia Brecyne sobre el escritorio.
—Quiero darle la bienvenida a Alcantar, señor Rigoche.
Si no lo llamaba Jaime, parecía evidente que no confiaba en la seguridad de la transmisión.
—La coronel Nesuv se comunicará con usted cuando no haya retraso en las transmisiones, pero le adelanto que le hemos hecho una reserva en el hotel Luna de París. Encontrará la reserva y un coche para sus desplazamientos en la recepción del hotel, pero Nesuv le dará todos los datos, más la fecha tentativa para la conferencia.
Jaime se sentó en la cama y esperó que el mensaje terminara.
—Espero poder asistir a la conferencia, pues me han hablado maravillas de su capacidad en el desencriptado, señor Rigoche. Además tengo curiosidad por encontrarme con alguien de su mundo, ya que hace mucho que no lo visito.
»Mientras tanto, le deseo que disfrute de Alcantar y de todo cuanto nuestro mundo puede ofrecerle.
La imagen hizo esa inclinación y lanzó esa sonrisa tan reconociblemente alcantaranas justo antes de desvanecerse.
Jaime se planteó responder de inmediato, pero lo pensó mejor y prefirió dejarlo para cuando su lengua se comportara un poco mejor.
Mientras se desvestía se vio obligado a reconocer que le sería sumamente difícil resistir los intentos de Brecyne, tuviesen estos las intenciones que tuviesen. Le parecía claro que la mujer pretendía una aventura, pero de alguna forma debía evitarlo. Por lo menos mientras siguiera estando en el grupo de los sospechosos.
A medio quitarse los pantalones se detuvo.
¿Era posible que precisamente la idea fuera descartarla como posible sospechosa? ¿Pretendía Brecyne involucrarlo con ella a fin de nublar de algún modo su juicio? Si este era el caso, entonces, por lo menos por ahora, la mujer debía figurar en la cabeza de su lista.
Cuando se metió en la cama alcanzó la libreta en la que tomaba apuntes y buscó la página dedicada por ahora a Brecyne. Había puesto los nombres de los cinco al inicio de páginas en blanco, dejando dos entre cada uno de ellos. Bajo el nombre «Natalia Brecyne» anotó:
«La mujer se insinúa tal vez demasiado. Puede que busque ser eliminada como sospechoso.»
y aparte agregó:
«Si este es el caso, ¿por qué insistir tanto en que aceptara el trabajo? Ella fue a convencerme personalmente, corriendo el riesgo de ser vista en Sigma. Algo a considerar.»
iba a cerrar la libreta, pero en lugar de eso buscó otra página en blanco. Se tocó el dorso de la mano derecha un momento y luego escribió:
«Amarelia Discridali.
No sé si es sospechosa de este delito en concreto, pero la mujer oculta algo y quiere algo.»
Pensó si era sensato agregar algo más en el estado actual y agregó:
«Una mujer encantadora y una bailarina formidable.»
a la mañana siguiente lo primero que hizo después de desayunar fue responder el mensaje de Brecyne. Ella no había dicho la gran cosa, aunque sí se podía leer entrelíneas. De todos modos prefirió no responder a nada de lo que ella había tratado de dejarle ver. A fin de cuentas se suponía que el mensaje en papel que le había devuelto era claro como el agua.
—Ejecutiva, me halaga que muestre interés en lo que pretendo decir durante mi conferencia. No tenía idea de que le podía interesar el desencriptado de códigos a la cabeza de la administración alcantarana.
»Esperaré recibir la comunicación de la Coronel Nesuv, para afinar los detalles sobre la conferencia, y una vez más agradezco la invitación que se me ha hecho, siendo como soy un aficionado en estos temas.
Con eso tendría que ser suficiente.
Acto seguido se puso a la tarea de revisar la información en las fichas de seguridad sobre los cinco miembros de lo que comenzaba a denominar como el «Grupo Dibaltji». Según lo que suponía le tomaría una buena cantidad de tiempo, aunque resultaba lógico pensar que una gran cantidad de información sería descartable de plano. No obstante debía tratar de no caer en esa trampa. Muchas veces las piezas de un rompecabezas se iban colocando en su sitio con pequeños fragmentos de información.
Tomó de su maleta la caja negra de resguardo y la colocó en el escritorio del cuarto. Luego sacó la pequeña tarjeta que la activaría y la colocó a su lado.
Estaba sacando un anotador digital cuando recibió una llamada interna. Al activar el holocom se materializó de pie, con diez hermosos centímetros de altura sobre el escritorio, Amarelia.
—Acabo de descubrir que esta nave tiene una cancha de tenis. ¿Te interesaría jugar un partido con esta novata?
Ella en efecto estaba vestida para la ocasión, con la indumentaria que había regido ese deporte durante miles de años.
—Tú serás novata, pero yo soy un auténtico ignorante.
Amarelia rió con alegría.
—Siendo así será posible que te gane.
—Me temo que no.
Durante el poco tiempo que la había tratado, Jaime había podido sólo en muy raras oportunidades leer emociones en su rostro. Sin embargo ahora la mujer mostró una expresión de decepción casi angustiante.
—Lo lamento, Amarelia, pero debo trabajar. Tal vez mañana.
—Mañana a esta hora estaremos muy cerca de Alcantar. Ya no será tiempo para actividades muy largas.
—Lo lamento en serio —dijo él, dándose cuenta que de verdad lo sentía—. ¿Te parece si almorzamos?
—Desde luego —respondió ella, al tiempo que reaparecía la sonrisa y el gesto normal—. Esperaré que me llames.
Jaime se puso a trabajar. De todos modos, por si se veía muy absorbido por la lectura, colocó una alarma para la una de la tarde.
Al encender la caja, unas letras aparecieron justo delante de su campo visual, destellando en luz roja.
«SI NO TIENE EL NIVEL ADECUADO DE SEGURIDAD, O NO CUENTA CON LA TARJETA DE ACTIVACIÓN, APAGUE DE INMEDIATO ESTE CONTENEDOR. TIENE VEINTE SEGUNDOS A PARTIR DE LA DESAPARICIÓN DE ESTE TEXTO»
Jaime se apresuró a insertar la tarjeta. No tenía la menor intención de ver qué mecanismo habían programado los alcantaranos para el caso de que no se tuviese la autorización.
—Indique su nombre —dijo una voz familiar.
—Jaime Rigoche.
—Indique lugar actual.
—Camarote de primera clase en la nave de pasajeros Europa, de recorrido habitual Sigma Alcantar, Sigma La Tierra, Sigma Karila.
Apareció entonces un holograma de la coronel Nesuv.
—Señor Rigoche. Espero que tenga totalmente claro que nada del contenido de esta caja de resguardo puede ser reproducido de forma alguna ante alguien más que usted. Por si no hemos sido lo suficientemente explícitos, el que tenga esta información en sus manos constituye la demostración de que confiamos en usted, y de que esperamos nos ayude a resolver tan desagradable cuestión.
»Lo conminamos a entregarme de regreso esta caja en el menor tiempo posible. De preferencia a mí directamente, pero puede también entregársela a la ejecutiva Brecyne.
Dicho eso la imagen desapareció y fue reemplazada por un complicado menú en tres dimensiones que Jaime fue recorriendo.
Se preguntó por cuál de los cinco comenzar, y eligió precisamente a Nesuv. De las cinco fichas sentía que con mucha probabilidad era la más débil. A la larga ella era la directora del organismo que confeccionaba dicha información.
En primer lugar, cosa que haría con cada expediente, fue hasta el final, para determinar la fecha en la que la última información había sido agregada. En el caso de Nesuv correspondía a una semana estándar atrás. Vio entonces el nombre de quien había hecho esto. Natalia Brecyne y Hafar Nigale.
Por increíble que le pareció, la hermosa y juvenil Natalia Nesuv tenía ciento treinta y seis años de edad. Esa era la expectativa media de alguien de Sigma, que a esa avanzada edad ya estaría calvo casi sin duda, o con el cabello completamente gris, y con muchas arrugas en el rostro y en todo el cuerpo. Por el contrario la mujer parecía tener no más de cuarenta y cinco años sigmanos, unos cuarenta estándar. La piel se le veía lozana y el cabello no mostraba ni la menor hebra gris.
A parte de la edad, durante la primera parte del expediente no encontró nada que le llamara la atención. De familia acomodada, Patricia Nesuv había destacado desde los primeros días en la universidad de Alcantaria, en la que estudió disciplina física. Debido a sus estudios era practicante de una gran variedad de deportes, desde la escalada de alta montaña, hasta algunos muy extremos como el dolom de combate.
Recién salida de la universidad, a los veinticuatro años, entró a la academia de inteligencia alcantarana. Ahí había vuelto a destacar, por una excepcional habilidad para establecer relaciones teóricas en asuntos complejos. Asimismo había intervenido en unos cuantos operativos secretos en mundos no-independizados de la Tierra, cuestión que se suponía estaba prohibida por el Patronato de Colonización Terrestre. De todos modos sus superiores en estas actividades tenían sólo alabanzas hacia su creatividad, inteligencia y sagacidad. A todo esto se sumaba la excelente condición física en la que siempre se encontraba, todo lo cual se había conjugado para hacerle ascender en la comunidad de inteligencia alcantarana.
Al cumplir los ochenta y dos años de edad, ya con el rango de coronel, había sido designada por los emperadores directora de inteligencia, nombramiento que no sorprendió realmente a nadie. Desde entonces ocupaba el cargo y todavía sólo recibía buenas críticas.
En lo personal la mujer se había casado tres veces. Según sus amistades cercanas los matrimonios no habían funcionado porque ella estaba más interesada en su trabajo que en sus parejas. Poco después de acceder a la cabeza de la compleja maquinaria de inteligencia alcantarana se había divorciado por tercera y última vez.
Desde entonces se sabía sólo de unos cuantos amantes, de ambos sexos. En apariencia se trataba de una mujer sexualmente activa, pero a la que le interesaba más el desempeño de la seguridad imperial. Su último amante conocido se remontaba a tres años, una delegada de la embajada drigalena en Alcantar. Luego de eso nada que se supiera.
Nesuv resultó ser el primer sospechoso eliminado. Seis días antes al ataque contra Dibaltji había salido de Alcantar en misión oficial a Ligar, uno de los últimos sistemas agregados al Imperio. Uno de los últimos si se pensaba que el descubrimiento de un planeta habitable en el sistema se remontaba a doscientos años. Había regresado de esta misión ocho días después del atentado, y en el hecho había adelantado el regreso precisamente por ello.
Jaime anotó bajo su nombre en la libreta:
«No es sospechosa, pero no por eso puedo confiar en ella.»
Revisó unas cuantas imágenes de Nesuv. Algunas tomadas con su consentimiento, y otras tantas tomadas, aparentemente, sin que se diera cuenta. Una mujer muy bella.

Después de un almuerzo sumamente agradable con Amarelia, Jaime se sumergió en la compleja ficha de seguridad de Hafar Nigale.
Proveniente de una familia de clase baja, a los dieciséis años había ingresado en la academia de la flota alcantarana. No gozaba de la predilección de sus instructores como en el caso de Nesuv, pero cumplió con todos los cursos reglamentarios y se graduó quinto de su promoción.
En un principio había intentado entrar al cuerpo de ingenieros, siendo rechazado. No contaba con los conocimientos adecuados, pero sí fue admitido en el acto en la escuela para oficiales superiores. En esta oportunidad, con tan sólo treinta y dos años, Nigale había egresado para acceder al rango de capitán, con el primer lugar indiscutido de su promoción.
Una nota de dos de los instructores afirmaba que el joven Nigale estaba destinado, de ocurrir lo normal en una flota tan grande, al comando de una nave. Destructor clase nova, como mínimo. Y eso podía haber ocurrido, de no mediar un incidente que había catapultado al hombre.
Un destacamento de doce naves imperiales escoltaba un convoy de Fileria a la Tierra, con plantas indispensables para la generación de una droga que combatiera un mal detectado en una de las colonias más recientes. El problema era delicado, pues se ponía en peligro la terraformación del mundo en cuestión, sin hablar de casi dos millones de personas que permanecían en la superficie infectada.
Como era lógico de suponer, dado lo valioso del cargamento, cuando el convoy salió del agujero de gusano del sistema Sariano y enfiló a la estación de salto que lo llevaría a la Tierra, fue atacado por un contingente muy alto de piratas. Casi en el primer momento la nave al mando de la flota, comandada por el general Kandiel, resultó destruida. Al mismo tiempo la nave en la que Nigale estaba asignado resultó seriamente dañada, muriendo su comandante. Entonces el joven capitán había tomado el mando de su nave y de la escolta. En pocos minutos ideó una estrategia que, al cabo de casi dos días de escaramuzas cerca de la estación de salto, logró rechazar a los agresores con pocas pérdidas.
Al regresar al sistema Alcantar, Nigale había sido ascendido a coronel y se le asignó un grupo de tareas consistente en diez fragatas y un destructor. A partir de ahí sólo había cosechado un éxito tras otro.
A la edad de ochenta años alcanzó el grado de general de flota, y cinco años después el grado de almirante. Finalmente, antes de cumplir los cien años, los emperadores le habían entregado el mando de toda la flota alcantarana. Ochenta y tres años después seguía desempeñando el cargo, sin una sola mancha en su servicio. Desde luego la flota había tenido pérdidas altas en los encuentros con los piratas y en su intervención en el conflicto entre Alfa del Centauro y Meras, pero ello no redundaba negativamente en los antecedentes de Nigale.
En el aspecto personal el hombre se había casado a la edad de setenta años, y continuaba unido a la misma mujer. Era un estratega reconocido en toda la Unión, lo que le hacía concurrir a conferencias por casi todo el espacio colonizado.
Fanático de la navegación a vela, había participado en una serie de regatas en los océanos de Alcantar, ganando unas cuantas. También se destacaba como un gran lector de todo tipo, y en el hecho había escrito dos volúmenes de historia militar moderna.
En la actualidad tenía algo menos de ciento ochenta años, once hijos de los que seis habían seguido sus pasos en la flota, y aparecía catalogado en la ficha como un hombre tranquilo.
Al igual que la información de Nesuv, el legajo de Nigale contaba con una gran cantidad de imágenes. La mayoría captadas en actos y eventos oficiales, normalmente de uniforme. También habían otras en las que aparecía en actividades relajadas, como tirando de una cuerda en un hermoso velero, corriendo en un campo de deportes o jugando a las cartas con otros oficiales.
Jaime reparó en dos cosas que saltaron casi como bombas a sus ojos.
En primer lugar uno de los destinos del mensaje era en el océano cerca de Alcantaria. Ese destino podía ser muy bien un velero.
En segundo lugar en la ficha no había ni una sola mención al tiempo en el que, según Brecyne, había sido amante de la propia emperatriz. O bien la seguridad alcantarana no era infalible, o bien Nigale era sumamente discreto, o bien Brecyne sí le había mentido.
Cerca de las siete de la tarde, Jaime hizo una pausa. Había tomado multitud de notas sobre Nesuv y Nigale, pero todavía no era capaz de decir si algo de lo que tenía conformaba una base para trabajar. Casi había descartado a Nesuv como sospechosa, pero no como posible problema. La ficha de la mujer era en principio tan simple, contenía tan poca información peculiar, que Jaime se preguntó si la mujer no habría alterado su propio legajo, en su condisión de directora de seguridad.
En el caso de Nigale era peor. Había una clara falencia en la información de seguridad, y eso no dejaba de darle vueltas en la cabeza. No significaba que fuese el contratante de Redswan, ni mucho menos, pero debía tener presente el hecho. Ya fuera para usarlo con Nigale, ya fuera para usarlo con Nesuv.
Apagó la caja y estiró la espalda. Una vez más estaba de lleno en la investigación de algo. Los sentidos alerta, la mente centrada y el cuerpo cansado de tanto leer.
Llamó a la habitación de Amarelia, pero no estaba o no quería responder. Supuso que sería lo primero, por cuanto le había asegurado que no estaba molesta por la negativa a jugar un partido de tenis. No obstante le había hecho prometer que se encontrarían en Alcantaria para el partido.
Se encontraba pensando en cómo localizarla para la cena, cuando llamaron a la puerta. Antes de responder desactivó el anotador y volvió a estirar los músculos de la espalda.
Amarelia estaba en la puerta y lo saludó con una sonrisa deslumbrante.
—¿Me estás persiguiendo? —preguntó Jaime invitándola a pasar.
—Si quieres me voy.
No obstante ella ya había entrado y daba una mirada atenta al camarote.
—Bastante más amplio que los de tercera clase. Debí dejar que me invitaras antes.
—No te he invitado ni ahora —respondió él, riendo con ganas.
—¿Tienes que trabajar?
—Creo que ya terminé. ¿Alguna idea, capitana Discridali?
—Pues si le parece, señor Rigoche, pensaba invitarlo a cenar para celebrar la última noche en el Europa.
—Espero que no sea la última vez que te vea —dijo de inmediato Jaime, borrando la sonrisa de su rostro.
—Desde luego que no. Tenemos una cita programada en el elevador orbital. Además estaremos casi en la misma ciudad. ¿Sabes dónde te alojarás?
—Hotel Luna de París.
—Bueno, sí que te gusta el lujo. Me aseguraré de que me invites a que te haga compañía.
—¿Tan bueno es?
—¿Bueno? Jaime, el Luna de París es el mejor hotel de todo el planeta. He estado sólo una vez ahí, y no vi más que la recepción y el centro de conferencias. Sólo ese breve vistazo me bastó para darme cuenta de lo pobre que soy.
Entonces ella se le acercó con esa sonrisa que podía desarmar un cañón de resonancia dimensional, le colocó ambas manos en los hombros y le disparó la mirada.
—¿Estás seguro que sólo vas a Alcantaria para una conferencia?
Otra vez Jaime notó algo adicional en los ojos de ella. Una espera, algo como una expectativa nerviosa.
—Voy a tu mundo a una conferencia sobre desencriptado. Pretendo también recorrer lo más que pueda y disfrutar de algo parecido a vacaciones. No soy yo el que organiza las cosas, como el lugar donde voy a dormir.
—No te pongas nervioso —dijo ella luego de un momento de silencio—. Estaba bromeando.
Jaime le tomó las manos y se las retiró de los hombros. Luego, sin soltárselas las colocó entre ambos, manteniendo el dorso de su mano derecha libre, por si acaso.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Amarelia?
Se miraron fijamente durante algunos segundos, sin siquiera pestañear. Ella estuvo por decir algo, luego tomó aire y meneó la cabeza.
—Por ahora todo lo que quiero es cenar contigo.
Soltó las manos y las colocó en las mejillas de Jaime, el que no pudo evitar pensar que lo besaría de la misma forma en la que lo había hecho Brecyne unos días atrás.
—Sólo cenar y mañana disfrutar tu compañía en el elevador orbital —dijo Amarelia tras una nueva pausa—. ¿Es eso mucho pedir?
Ella retiró las manos y retrocedió un paso desviando la mirada, y Jaime se descubrió pensando si se sentía o no decepcionado porque ella no lo besara.
Quedaron en silencio otra vez, hasta que Jaime rompió la pausa.
—¿No es algo temprano para cenar?
—Supongo que sí, pero mientras esperamos podemos charlar... ya que parece que no se nos agotan los temas de conversación.
Esa noche, a diferencia de las dos anteriores, Jaime regresó temprano a su cuarto. De todos modos prefirió no mirar las fichas de seguridad que todavía le faltaban, porque se sentía algo confundido.
Amarelia le había mentido no una sino barias veces. La mujer era condenadamente hermosa, inteligente, simpática y para peor parecía propulsar de forma inconsciente una plática continua con él. Tal y como le había dicho, parecía que los temas a tratar no se acabaran nunca y, muy por el contrario, aparecían nuevos puntos sobre los que se podía hablar. Esa noche habían discutido una buena parte del tiempo sobre la guerra entre Alfa del Centauro y Saria, cuestión ocurrida hacía casi dos mil años.
Sin embargo le mentía. Durante un breve momento en el que le había tomado las manos, estuvo seguro de que le diría la verdad, pero algo la había hecho retroceder. Asimismo se vio obligado a reconocer que también durante un momento, luego que ella le preguntara si realmente iba a una conferencia, él había estado también por contarle todo. ¿Qué tenía esa mujer para que lo hiciera siquiera pensar en esa posibilidad? ¿Llegaba a tanto el embrujo de las mujeres alcantaranas? Si en efecto se trataba de un embrujo, se vio en la necesidad de admitir que era muy poco lo que podía hacer. Sin embargo podía jugar al mismo juego, aunque no supiera con claridad cuál era.
Sacó la maleta del armario y comenzó a meter todo lo que no sería necesario para el día siguiente, con el objeto de evitar demoras antes del arribo a Alcantar. Metió la ropa que la lavandería le había dejado pulcramente ordenada, guardó la mayoría de sus efectos de baño y colocó casi toda la información del caso en una bolsa que se reunió con lo demás en la maleta.
Solicitó que lo despertaran a las seis de la mañana para sumergirse en la siguiente ficha de seguridad, y en efecto así lo hizo. Después de un desayuno en el camarote se concentró en la información disponible sobre Natalia Brecyne.
No le sorprendió en lo absoluto descubrir que la atractiva y sensual mujer tenía ciento nueve años estándar de edad.
—Otra embrujadora —dijo en voz baja mientras contemplaba una imagen en la que Brecyne aparecía estrechando la mano del presidente de la Tierra.
Era la única hija de un matrimonio de músicos consagrados por todo el imperio y en una buena parte de la Unión. De hecho Natalia tocaba a la perfección la guitarra y había dado algunos conciertos de piano, chelo, charango y geldirén de cuerdas. De todos modos era más conocida por sus interpretaciones y creaciones con la guitarra de seis y doce cuerdas.
Había estudiado administración pública en la universidad de Alcantaria, lo que en un primer momento parecía ser tan sólo una especie de seguro por si su carrera musical no daba los resultados esperados. La ficha consignaba que, no obstante ello, durante el tercer año de estudios la joven Natalia Brecyne se había consagrado a una serie de actividades sociales de carácter voluntario, en las que se había ganado un nombre y un lugar propios. Luego de eso las cosas cambiaron. Se transformó en la primera alumna de su generación, siendo que hasta antes del tercer año no destacaba en nada salvo sus interpretaciones musicales.
Recién titulada y comenzando a trabajar en el municipio de Alcantaria, se matriculó en la carrera de economía. Cinco años después salía con el doctorado en ciencias económicas. No conforme con eso, ahora trabajando para una empresa de inversiones a nivel galáctico, inició estudios avanzados de matemáticas. Luego le siguió sociología, ciencias políticas y publicidad. En todas y cada una de las carreras que había seguido se graduó con honores y la primera de su clase.
A los cuarenta años de edad, mientras aún estudiaba ciencias políticas, había regresado al sector público, en el ministerio de economía. Cinco años después, con el título de publicidad en la mano, pasó a ocupar el viceministerio. Eso había durado sólo un año, ya que solicitó y ganó un puesto en el ministerio de seguridad, en la división de inteligencia. Era de estos años a los que se remontaba la amistad entre ella y Patricia Nesuv.
Luego de dos años en los que sólo había acumulado elogios, fue reclutada por el ministerio de gobierno central, escalando en menos de un año hasta el viceministerio.
Su nombre era ya conocido en todo el Imperio, y se le respetaba y apreciaba por sus logros. Se decía que gracias a una serie de políticas de administración sana de iniciativa suya, los mundos más lejanos del Imperio habían visto elevada su calidad de vida en menos de diez años.
Comenzó a ser llamada de forma periódica al palacio imperial. Algunas veces para recibir de forma directa las felicitaciones de los emperadores, otras para que entregara informes sobre materias de administración, y otras incluso para que ofreciera consejo en materias discutibles.
Cuando Brecyne tenía cincuenta y cinco años, un accidente de vuelo había terminado con la vida del ejecutivo de gobierno para el Imperio.
Los emperadores iniciaron entonces los procesos para la designación de un nuevo ejecutivo, y el parlamento propuso tres nombres. Encabezando la terna estaba Natalia Brecyne, lo que hizo subir la popularidad del cuerpo legislativo.
Luego de un examen interminable ante el tribunal supremo, la comisión ejecutiva del cenado y los gobernadores de las colonias imperiales, se procedió a la votación popular, luego de la eliminación de uno de los tres.
La elección estaba ganada desde el momento en el que las urnas se abrieron por todos los planetas y las estaciones imperiales. Brecyne era querida, respetada y admirada por todas partes. Al final ganó por un total del ochenta y seis por ciento de los votos.
Desde entonces había ejercido el cargo más alto de la política alcantarana, y por increíble que parecía, su popularidad había aumentado unos cuantos puntos.
La prensa independiente la definía como una mujer cuya belleza sólo se veía opacada por su idoneidad para ocupar el cargo de ejecutiva.
Tenía enemigos, desde luego, pero éstos estaban en su contra por cuestiones puntuales o sin real importancia.
La información personal destacaba en lo básico tres aspectos. En primer lugar un ansia constante por aprender nuevas cosas. No conforme con los numerosos títulos educacionales con los que contaba, la mujer se las había arreglado para estudiar una buena cantidad de materias. Algunas por su cuenta pero otras como una alumna más de la universidad de Alcantaria, de los institutos técnicos de la misma ciudad, o de las academias de los propios servicios gubernamentales. Era así que Brecyne entendía tanto sobre desencriptado.
En segundo lugar la pasión llana por la música. A pesar de no haber estudiado formalmente en ningún conservatorio, era una intérprete reconocida en toda la Unión. Cada cierto tiempo la invitaban a participar en recitales o grabaciones, no sólo músicos del Imperio, sino artistas famosos de la Unión. Su dominio de la guitarra le había merecido algunos premios, y si bien la carga que le imponía su trabajo no le permitía aceptar con frecuencia las invitaciones, sí que una, dos, tres y hasta cuatro veces al año dejaba todo y se unía a un grupo para alguna actuación o grabación. En su residencia particular era frecuente encontrar grupos de personas invitadas por ella sólo para hacer un poco de música. La ficha recalcaba también que, siendo observada sin que lo supiese, intentaba tocar por lo menos una hora de guitarra cada noche.
En tercer lugar se destacaba la cantidad de amantes que había tenido. Jaime descubrió, atónito, que la lista era más larga que su brazo. Brecyne estaba considerada como una de las mujeres más hermosas y cautivantes del Imperio, a lo que se sumaba su afición por la actividad sexual. La información era tajante también al decir que, si ella se daba cuenta de que su pareja podía constituir un riesgo para el Imperio, cortaba la relación de cuajo sin ningún tipo de contemplaciones. Sin embargo también se establecía que cabía la posibilidad de que uno o más amantes no hubiesen sido conocidos para los organismos de seguridad, así como algún que otro renuncio juguetón, dada la propensión a burlar de tanto en tanto a su escolta, fuese o no visible.
Jaime se preguntó si él estaría en la categoría de «renuncio juguetón» luego de la visita de la mujer a su departamento.
Finalmente los observadores y quienes habían formado el legajo coincidían en un punto que aparecía como importantísimo. Sin importar la cantidad de amantes de ambos sexos que hubiese tenido, Brecyne jamás permitía que sus relaciones se transformaran en públicas. Siempre mantenía en estricta reserva sus actividades privadas, por inofensivas que estas fueran para el Imperio, salvo su afición por la música.
Entonces descartó a Brecyne como sospechosa del ataque a Dibaltji. La ejecutiva podía burlar a sus guardias y a los agentes de seguridad encargados de su custodia, podía salir en secreto del Imperio como lo había hecho hacía unos días atrás, pero le era imposible esconderse en una visita de estado. Y resultaba que ella había estado en Karila por asuntos oficiales durante los dos días previos al ataque y otros dos después.
Si bien podía descartarla como sospechosa, al igual que Nesuv, no podía descartarla como problema. Sin embargo el que ambas mujeres quedaran fuera de la investigación propiamente dicha, podía entregarle ventajas sobre los demás. Además sería más fácil acceder a ciertos recursos que suponía le serían necesarios, teniéndolas al tanto de los avances de la investigación. En efecto suponía que debería acceder a algunos lugares que no estarían abiertos a todo el mundo. Si los cinco continuaban siendo sospechosos, le resultaría difícil explicar los motivos para entrar en estos lugares.
De todos modos no podía descartar del todo el simple hecho de que el grupo era cerrado. Tal como la propia Brecyne le había dicho, eran amigos íntimos que se conocían durante más de una década, por lo que la objetividad podía verse también afectada.
Tal como en las dos fichas anteriores, consultó algunas de las imágenes disponibles de la mujer. Había una cantidad sorprendente en las que aparecía tocando alguno de los instrumentos musicales de su repertorio. También había otras que parecían ser de dispositivos de seguridad de los que no era del todo consciente. En una de ellas se la veía recostada en un amplio sillón, besando desenfrenadamente a una mujer que estaba sobre ella.
Encontró una tomada en algún periódico de chismes, en donde al pie se podía leer: LOS HOMBRES DEL IMPERIO SE PREGUNTAN CÓMO SERÁ SUMERGIR LOS DEDOS EN EL NACIMIENTO DE LA TRENZA DE LA EJECUTIVA BRECYNE.
Jaime sonrió. A fin de cuentas él ya lo había hecho.

1 comentario:

  1. PUERTO DE ESCAPE! ARREGLEN ESTA INJUSTICIA! http://blog.loish.net/post/39930709178/the-latest-in-the-lois-gets-her-art-stolen

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