sábado, 4 de julio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 3: El Mensaje (parte 3)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA

CAPÍTULO 3:
EL MENSAJE.


Faltando unos minutos para las ocho de la noche la descompilación estuvo lista. Antes de hacer nada más, Jaime compiló el código completo y supo en el acto que había dado en el clavo, pues el archivo original y el suyo resultante eran idénticos en tamaño. Tenía el mensaje completo, y por fin podía intentar desencriptarlo para tratar de determinar el destino.
Ejecutó su compilación y el resultado fue perfecto. Apareció desde su archivo el mensaje. LO ESTOY MATANDO EN ESTE MOMENTO.
Inició un algoritmo de trabajo, y eliminó por completo todas las líneas de texto en el código de vocales. El resultado pesaba menos que el original, pero al ejecutarlo comprobó que estaba en lo correcto. El rectángulo blanco presentaba algunas fluctuaciones apreciables a simple vista y sin reducir la velocidad. Se confirmaba el que dichas líneas que no eran en lo absoluto de programación estaban ahí para completar el rectángulo.
—Afortunadamente no habría perdido mi cabeza —dijo en voz alta.
Creó una simulación de envío y ejecutó una vez más el archivo. Luego estudió las entradas del registro.
INICIANDO ENVÍO
BUSCANDO CÓDIGO
PORCIÓN UNO ENCONTRADA
PORCIÓN UNO NO COMPLETA
PORCIÓN DOS ENCONTRADA
PORCIÓN DOS NO COMPLETA
PORCIÓN TRES ENCONTRADA
PORCIÓN UNO COMPLETA
PORCIÓN TRES COMPLETA
PORCIÓN CUATRO ENCONTRADA
PORCIÓN DOS COMPLETA
PORCIÓN CUATRO NO COMPLETA
PORCIÓN CINCO ENCONTRADA
PORCIÓN CUATRO COMPLETA
PORCIÓN CINCO NO COMPLETA
PORCIÓN SEIS ENCONTRADA
PORCIÓN SEIS COMPLETA
PORCIÓN SIETE ENCONTRADA
PORCIÓN CINCO COMPLETA
PORCIÓN SIETE COMPLETA
Resultaba fascinante. Las diferentes porciones según los colores se interconectaban en el código, por lo que si sólo se tenía una de ellas siempre arrojaría un código faltante en la misma porción. Incluso con dos era muy posible que no bastara para verla completa, pues las interconexiones iban desordenadas.
Jaime se puso de pie y estiró la espalda. Ya llevaba algunas horas de trabajo casi ininterrumpidas, con el consiguiente esfuerzo de los músculos.
Sentía ganas de dejarlo por ese día, pero antes hizo una cosa más. La siguiente fase en el análisis era tratar de encontrar las coordenadas de destino del mensaje, y suponía que estas estaban bien ocultas en el código. Claro que con lo que había hecho ese día, suponía que también podían estar a simple vista, esperando sólo el uso del método correcto. Por lo mismo, y dado que lo demás había estado siempre en la superficie, programó un algoritmo de búsqueda con parámetros bien definidos.
Separar las líneas de código que tuviesen alguna indicación de grados. La latitud y longitud eran muy poco usadas para determinar coordenadas, pero el programa compilador asimismo estaba en desuso. Colocó también en el algoritmo las palabras latitud, longitud, minutos y segundos. Finalmente programó una búsqueda selectiva para encontrar el momento en el que el mensaje llegara al receptor diplomático en Alcantar. Debía existir la indicación para buscar un canal de salida del receptor antes de que fuese registrado, si es que en efecto los alcantaranos estudiaban el tráfico diplomático antes de entregarlo a destino.
Lanzó el algoritmo y esperó. Tardaría unos cuantos minutos para revisar tal cantidad de código, pero ahora ya no estaba preocupado por una posible demora. Por mucho que el texto estuviese encriptado, al contar con el mensaje completo era sólo cosa de revisar.
Estaba decidiendo entre la posibilidad de ordenar la cena a su cuarto o contactar a la capitana Discridali para encontrarse en uno de los bares del Europa, cuando sonó el indicador de llamadas internas. Era imposible que sonara el de comunicaciones exteriores mientras estuviesen en salto.
—Estaba por llamarte —dijo en cuanto Amarelia se materializó, sentada en el escritorio, con el tamaño de una muñeca de diez centímetros.
La chica usaba una bata de baño, y aparentemente acababa de salir de la ducha, pues el cabello estaba visiblemente mojado y no tenía formado ninguno de los anillos.
—Entonces es posible que estuviésemos pensando en lo mismo.
—Siempre y cuando pensaras en la cena.
Ella sonrió.
—Pensaba justamente en la cena, pero en la cúpula de proa.
—¿Es comedor?
—Sólo esta noche —respondió Amarelia, ampliando la sonrisa—. Estamos a algo así como dos horas y media de salir del salto. Por eso se puede cenar ahí. Cuando iniciamos el salto ayer no te vi en la cúpula.
—Estaba en la de babor.
—¿Babor? Debías ser el único, ya que la vista es mucho mejor en la proa.
—Sí, estaba solo. Quería pensar en algunas cosas.
—Bueno —dijo ella encogiéndose de hombros—, si quieres puedes salir del salto en compañía. Se promete una cena de buena calidad, algo de baile, y desde luego la salida, que resulta espectacular desde primera fila en la proa.
—Estaré encantado. ¿Dos horas y media dices?
Amarelia inclinó la cabeza como asentimiento, y Jaime no pudo evitar el pensar que los anillos de cabello le daban un aspecto mucho mejor al gesto. Seguía siendo grácil, femenino, insinuante y algo provocativo, pero le faltaba un toque normal en ella.
—¿Ocurre algo? —preguntó la chica.
—No, nada.
—Debe pasar algo. Te quedaste mirándome con cara de tonto un momento.
Jaime dejó escapar una risotada.
—Vaya, así que cara de tonto.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que pusiste una cara sumamente interesante cuando me miraste?
—Bueno, supongo que me terminaré acostumbrando a la franqueza alcantarana. Lo que pasa es que no te había visto sin los aros en la cabeza, Amarelia.
Ella se llevó una mano a la coronilla, en un gesto del que no parecía del todo consciente.
—Tienes razón. Supongo que las mujeres alcantaranas cambiamos mucho sin nuestros anillos.
—Oh, no me interpretes mal —se apresuró a decir Jaime—. Te ves hermosa como siempre. Es sólo que pareces muy diferente.
—Gracias por lo de hermosa.
Ahora él se inclinó, doblando ligeramente el cuerpo por la cintura, lo que la hizo reír.
La imagen holográfica sólo la mostraba a ella, y si bien aparecía de cuerpo entero, ni siquiera la silla en la que se mantenía era visible. Por lo mismo Jaime sólo vio que estiró la mano a un costado, la cual desapareció un instante y regresó con una pequeña cinta de color negro. Luego, en un fluido y rápido movimiento, separó de su frente un mechón de cabello, formó el anillo de distinción y lo anudó. La cinta, al ser del mismo color que la espesa cabellera, quedaba perfectamente disimulada.
—¿Mejor? —preguntó cuando bajó ambas manos otra vez.
—No sabría decirte si mejor o no, pero ahora pareces más tú otra vez. Hermosa sin duda, pero algo más Amarelia.
Ella inclinó la cabeza en agradecimiento, y él notó que en el hecho, aunque sólo fuese un anillo, el gesto se veía mejorado.
—¿Unos minutos antes de las nueve entonces? —preguntó ella luego de unos instantes de silencio.
—Estaré encantado. Nos vemos en la cúpula de proa.
—Entonces necesito que hagas algo. La cena en proa es sólo para primera y clase ejecutiva. ¿Podrías hacer la reserva e incluirme como tu acompañante?
—Estaré encantado, pero ¿no dijiste que habías visto el salto desde proa?
—Y lo hice. En ese momento la cúpula no era comedor. Como cabía más gente, no estaba restringida.
—No hay problema. ¿Es cena de gala?
Amarelia rió con desenfado, mientras meneaba la cabeza.
—Para nada. Es sólo una cena, con algo de baile, tragos y un espectáculo de luces con forma de anillos, que termina con una panorámica de un portal de salto y el sol alcantarano algo pequeño por la distancia. En mi caso pretendo ir con una tenida sigmana preciosa que encontré en la capital de tu mundo hace unos meses.
Jaime no pudo evitar enarcar una ceja, y pensó de inmediato que tal vez acababa de cometer una falta de respeto. Esto se vio desmentido en el acto, cuando ella volvió a reír, pero ahora con una verdadera carcajada.
—Imagino que prefieres, como la gran mayoría de los hombres no-alcantaranos, las prendas que muestran la piel.
—no pretendía ofender —respondió, a pesar del gesto divertido en el rostro de Amarelia.
—No ofendes. Todo lo contrario. Es sólo que resulta algo incómodo manejarse con tanto cuidado siempre. En todo caso no creas que iré tan lejos de las costumbres alcantaranas.
—Me come la curiosidad —dijo ahora Jaime, tratando por una vez de tomar la delantera de alguna forma—. Sea lo que sea, sin duda te verás hermosa.
—Vaya, un sigmano galante al estilo alcantarano. Esa es toda una sorpresa.
—¿Tan rudos nos consideras?
—Para el estilo de mi mundo, algo. Pero al mismo tiempo eso es un tanto fascinante.
—Entonces imagina la mezcla que puedes descubrir en un sigmano que es galante también.
—Me come la curiosidad, Jaime.
—Nos vemos a eso de las nueve entonces.
Ella asintió sonriendo y cortó la comunicación.
Jaime buscó en su maleta algo que fuese apropiado para los parámetros que ella le había dado, y cuando sacaba una camisa azul que hiciera juego con un par de pantalones negros, se dio cuenta de que estaba canturreando en voz baja. La mujer era realmente hermosa. Tal vez no tanto como Brecyne o Nesuv, que tenían unas cuantas décadas más para aprender a sacarle partido a sus encantos, pero sí que resultaba grato mirarla.
Sacó un par de zapatos cómodos, ideales para bailar un poco, y estaba por dirigirse a la ducha cuando el proceso de búsqueda en el código del mensaje hizo sonar un indicador.
Tal como había pensado, la información estaba a simple vista. En primer lugar había un diminuto programa preparado para el ingreso en el receptor de comunicación diplomática de Alcantaria, que borraría el mensaje si éste era leído o intentado leer antes de salir de ahí. Al mismo tiempo apareció el protocolo de salida, con el destino.
Aquí Redswan volvía a demostrar por qué era el asesino más caro de la Unión. En lugar de dar un único destino para el mensaje, salía en siete direcciones a la vez. Cada uno de ellos tenía coordenadas diferentes, pero ningún indicador del destinatario real. Nada del nombre de una propiedad, nada de una institución o villa o casa, sino sólo coordenadas. De la misma forma, el programa estaba preparado para auto eliminarse del receptor en cuanto las siete emisiones estuviesen completas. Para mayor, el mensaje estaba preparado para ser retransmitido de forma automática si era recibido por un receptor/emisor. Si en efecto lo era, volvería a salir en otras siete direcciones. Ello aumentaba de forma alarmante su trabajo.
Jaime sacó de su maleta uno de los textos que había adquirido sobre el mundo de origen alcantarano, y extrajo un mapa detallado de Alfa.
Las coordenadas programadas por Redswan estaban, tal como había supuesto, expresadas en el arcaico sistema de latitud y longitud, en grados, minutos y segundos. Aparecían abreviadas y mezcladas con otras cosas en el texto, pero el algoritmo que había hecho para localizarlas no había tenido problema en identificar las palabras clave.
Transformó los datos al sistema de posicionamiento estándar general y ubicó las coordenadas en el mapa.
Tres de los siete destinos estaban cerca del centro de la ciudad, dos en la costa y los otros dos en el océano, a unos cuantos kilómetros al interior.
Con eso ya podía comenzar realmente la investigación. Desde luego cabía la posibilidad de que una o más de las coordenadas estuvieran en algún recinto al que le fuese imposible acceder, pero contaba, o por lo menos eso se suponía, con los recursos de algunos de los más altos dignatarios del Imperio.
Colocó el mapa con los puntos de destino en un anotador digital, anotó por si acaso los mismos en la libreta de papel, cerró todo, hizo la reserva en la cúpula de proa, pero antes de entrar al baño para ducharse hizo una cosa más.
Al inicio del estudio del mensaje se había encontrado con el detalle curioso de que no le era posible tocar el texto. Éste simplemente se esfumaba y desaparecía de la propia matriz de su computador. Buscó lo que debía ser el mecanismo final de seguridad en el código, y al cabo de menos de un minuto lo encontró.
El mensaje no era posible de almacenar. Desde luego que estaba almacenado en el disco que le habían entregado, pero ese archivo era proveniente del desintegrador sináptico. Una vez emitido cualquier intento de alterarlo o almacenarlo conducía al fracaso.
Esto le entregaba un punto adicional para la investigación. Fuese quien fuese el destinatario del mensaje, debía estar esperándolo. El texto aparecía en la pantalla al momento de ser aceptada la transmisión, y nada más descartarlo por otra cosa, se borraría de inmediato. De esta forma se hacía necesario el saber quién había estado en las coordenadas prefijadas el día en el que supuestamente sería recibido el aviso con la muerte de Dibaltji, o también, un cómplice que se encargara de recibirlo para que se retransmitiera.
Hizo un rápido cálculo mental, y supuso que debía centrarse en el día siguiente al del ataque. No sería nada fácil determinar al culpable, pero sí le permitiría ir descartando posibles sospechosos.
Unos minutos después, mientras el agua le caía por la dolorida espalda y lo relajaba, se recordó por enésima vez que debía tener cuidado y no dejar que Amarelia le tomara la mano derecha. Sería algo difícil si compartían algunas piezas de baile, pero no imposible.

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