miércoles, 27 de mayo de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 1: La Oferta (Parte 1)

VLADIMIR SPIEGEL


DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 1:
LA OFERTA. (parte 1)



Jaime Rigoche se sentó a esperar. La espera no sería demasiado larga, por suerte. En un par de minutos el desayuno estaría listo, y podría, luego de dos meses de una larga espera, dirigirse hacia el norte de la ciudad y entrar en su propio negocio. En términos reales no había esperado tanto, pero el desorden de los últimos años de su vida hacía que las semanas anteriores se hubiesen transformado en una espera casi insoportable.
Planos, presupuestos, más planos, ver lugares, comprar, nuevos planos, técnicos, otros planos, sacar los fondos, algunos planos más, vigilar la construcción, planos revisados, dos accidentes, los planos definitivos, los detalles finales... y pagar el trabajo de los arquitectos...
Por fin estaba todo listo. Estaba listo desde hacía una semana y media, pero faltaba el pequeño detalle de la publicidad. Su proyecto casi no la necesitaba (eso esperaba) pero había hecho aparición en escena un agente de publicidad que, para su completo horror, le mostró unos planos de proyecto en los que se hacía necesaria alguna clase de publicidad.
El agente, un tal señor Rowgar, quería que fuesen dos meses... pues cobraba por hora. Jaime quería sólo cinco minutos. Estiraron, negociaron, afinaron, amenazaron y, tras una borrachera de la que él no tenía demasiados recuerdos, se acordó una semana. Después de todo el tipo era simpático.
Encendió el receptor de imágenes y se concentró en las noticias de la mañana, en especial las económicas y de armamento. Una hermosa mujer enfundada en un traje minúsculo se contorsionaba frente a un gráfico sobre tendencias empresariales del sector. El informe tenía mucha audiencia, pues siendo sólo del sector donde se encontraba Sigma no se hacía necesario más que un salto para realizar las inversiones. Aún así el gráfico era enorme. Por ello la mujer se movía estirando los desnudos brazos, encogiendo las desnudas piernas, girando el desnudo cuello... y dejando a la imaginación sólo lo estrictamente necesario.
Jaime estaba por sobre esas patrañas destinadas a lograr sintonía. Después de todo era un empresario nuevo, y las noticias le interesaban. Tal vez los veteranos de las finanzas necesitaran ese estímulo matinal, pero él no.
Los inversores de Vehículos de Superficie y Atmosféricos podían estar tranquilos durante otra temporada, pues sus acciones subían cada vez más, y los nuevos adelantos sobre la manufactura de carrocerías prometían mucho. De hecho se rumoreaba que la Tripolcom podría lanzar un VSA que sirviese para viajes cortos intra sistema. Un viaje de ocho horas en tu propio vehículo hasta una de las lunas mayores del planeta. Prometedor, pero por ahora sólo un rumor.
Escuchó la llamada del cocinero, y apagó el receptor justo cuando comenzaban a hablar del descenso de las acciones de la Arquitectos Unidos. Se sentó a comer con una sonrisa en los labios.
Veinte minutos después estaba listo para salir. Cerró su computador de bolsillo, lo colocó en su chaqueta, se puso la prenda, tomó el pequeño maletín que lo esperaba en el sofá, y caminó hacia la puerta. Tal y como todas las mañanas, hizo un alto justo frente al pequeño espacio junto a la entrada.
Cuatro filas de cinco fotografías colocadas en un pulcro orden. Todas las mañanas miraba las imágenes, esperando... ¿qué? ¿Encontrar algo nuevo? Se las sabía de memoria, tal como se sabía a Carina de memoria. La primera, la más antigua, la había tomado él, como todas las demás, hacía ya diez años...
«El tiempo pasa tan rápido».
Carina de pie frente al árbol fundador de sigma. Una falda negra que enmarcaba sus largas piernas. Una delgada camisa blanca salpicada de pequeños agujeros que permitían ver trozos de la piel marfileña. Los brazos desnudos, las manos de dedos largos... una apoyada en la cadera, la otra sosteniendo, como sopesando, provocativa uno de sus grandes senos. En la cabeza un sombrero negro encasquetado casi hasta las cejas, enmarcando los grandes ojos azules. La larga cabellera rubia cayendo a la espalda como una cascada...
Pero era el detalle de su mano en el gesto de sostener el seno lo que hacía la foto única, como todas las demás. Siempre haciendo algo que en una fotografía de sala no se hacía. No era algo que se mandaba a los padres como fotografía de recuerdo de «mis vacaciones».
—¿No esperarás en serio que pose como una estatua, verdad?
Y nunca lo había hecho. Veinte fotografías, y en ninguna faltaba el gesto. Provocativo, insinuante, sexy, totalmente anti estatua de fotografía.
En la siguiente el gesto era el dedo índice de la mano izquierda metido en la boca, con el ojo derecho cerrado, la otra mano entrando juguetona por el escote del vestido de fiesta, mientras se podía leer claramente en el rostro la frase: «Te espero en mi cama»
Siempre era algo parecido, algo relacionado con el sexo. Pero tenía razón. En todas las fotografías, en esas veinte y en todas las otras que esperaban en una caja dentro del armario en la bodega, parecía viva. Casi quinientas fotografías de papel en las que parecía viva, a punto de salir de ellas y volver a estar con él.
Tal como todo los días su mirada se ubicó en la última de las veinte, la última que le había tomado. Carina recostada desnuda en un sofá azul chillón que habían alquilado sólo para tomar la foto. Estirada cuan larga era, con la cabeza en el apoyabrazos, metiéndose un chocolate en la boca. Esa había sido la idea original, pues se suponía que el cabello taparía los senos, y la otra mano haría lo propio en la entrepierna. Nada más lejos de la realidad, nada tan lejos de lo esperado.
Al final, luego de contar hasta dos en la cuenta hasta tres, de alguna parte había aparecido una boina del ejército sigmano que se había instalado de lado en su melena, ahora retirada del pecho, mientras separaba ligeramente las piernas. No tanto como para parecer una prostituta, pero sí lo suficiente para mostrar la maquinaria completa. La barra de chocolate sí había estado en su boca, pero increíblemente hacía juego con el resto. Y desde luego la mirada de sus ojos pretendía decir: «No estoy haciendo nada malo, ¿verdad?».
Al final habían devuelto el sofá, y pagado el cargo extra por los servicios de lavandería.
Alzó la mano derecha como todos los días, con la intención de quitar las fotografías, como todos los días, y como todos los días terminó pasando el dedo índice por la mejilla del rostro de la primera imagen.
«Algún día deberé continuar y quitar estas fotos.»
salió del departamento, bajó los setenta niveles hasta la calle, sacó su VSA, y condujo hacia el norte.
El flujo de vehículos por entre las altas torres no era tan horrible a esa hora de la mañana, pues la punta del movimiento ya había pasado. Gracias a ello salió de los complejos en altura en menos de diez minutos. Entonces se elevó a cien metros, la altura de velocidad media, y aceleró.
La zona de fábricas de la megalópolis por la que pasaba ahora estaba tranquila. Por lo menos desde el aire era así, pues en el interior de los complejos la actividad debía ser frenética hacía horas. Luego pasó por sobre un sector residencial, rodeó el puerto espacial Elefel, entró en el extenso sector comercial y turístico, y fue descendiendo gradualmente hacia el borde mismo de los comercios.
Su local estaba inmejorablemente ubicado. Dos estaciones del cuerpo de seguridad sigmano en un radio de 30 calles, y casi en las puertas de la base militar de instrucción. Por ello no necesitaba la publicidad. La clientela estaba medianamente garantizada. Para mejor, no muy lejos de ahí estaba la salida norte de la ciudad, por donde todos los fines de semana una serie de aburridos ejecutivos y gerentes empresariales solían salir de caza. Finalmente se había instalado una armería legal a menos de dos calles de su local, y el trato de negocios no tardó cinco minutos en estar listo.
—Si el comprador quiere, luego de adquirir una de sus armas, puede dirigirse a mi local y probarla —le había dicho al gordinflón que atendía la armería—. Usted me envía el código del arma, y en mi local, tras verificar el código le hago un descuento. Le doy la mitad del pago por el uso del centro de tiro.
—¿Cualquier arma?
—la que venda. No importa cual.
—pero tengo algunas de alto calibre...
—No hay problema. Estoy preparado.
Y lo estaba. Por el árbol fundador que lo estaba.
Entró a su edificio, unas seiscientas veces más grande que su departamento, por la entrada de servicio, y fue recorriendo los siete niveles de tiro con mucho cuidado. El nivel de armas de mano, armas largas, armas de largo alcance, armas de asalto, armas lanza proyectiles y armas de control. El séptimo nivel, casi treinta metros bajo el suelo estaba destinado para pruebas reales. Jerry le había dado una mano con eso.
Las paredes del séptimo nivel estaban tan reforzadas, que sería necesario una bomba de tamaño medio para agrietarlas. Un arma láser no le haría nada a los blancos a menos que se usara de forma continuada durante unas cuatro horas. El revestimiento de cerámica espacial mezclada con politritanio hacía esa maravilla. Las armas de plasma eran otro asunto, pero en el caso de tener un cliente con alguna, se podía activar un campo de retención de setecientas capas.
Estaba muy preparado. Esperaba que su local hiciera las delicias no sólo de los aficionados, sino también de los profesionales de las estaciones de seguridad cercanas, y de los muy profesionales de la base militar. Desde luego que contaban con sus campos de tiro, pero sabía casi a la perfección que ninguno se podía comparar con su establecimiento.
Fue revisando uno a uno los armarios de armas de prácticas, los dispositivos de blanco, los sensores de tiro, las cámaras de seguridad, y poco antes de las once de la mañana entró en su despacho.
Una oficina no muy grande, con un ventanal que daba a la recepción. Él mismo podía encargarse de la atención de público, y en el hecho lo haría durante el primer tiempo. Después, si en efecto el flujo de clientes lo permitía, contrataría a alguien que ocupase el mesón instalado justo al lado de su ventanal.
Tomó algunos de los folletos de publicidad de un estuche junto a la recicladora, y luego de repartirlos por el mesón, pulsó un botón en la superficie del mismo. Las puertas se abrieron, la luz de la mañana entró con fuerza, y una tenue música comenzó a sonar.
Todo listo, en espera de los amantes de las armas.
Sabía, por los años transcurridos en su antigua oficina, que la espera podía ser tediosa, pero era inevitable. Un negocio nuevo, por más posibilidades que ofreciese tardaba en atraer a los primeros clientes. Aún así, por la cantidad de mensajes que había recibido en su buzón, sabía que desde la una de la tarde tendría gente. Cinco policías hacían una reserva de tres horas en el nivel de armas largas. Una especie de competencia luego de su turno.
Jerry entraría a eso de las cuatro para probar algún nivel, pero en realidad sólo sería charla. Pronto debería hacer algo sobre Jerry, pues durante los últimos tres meses se le insinuaba un poco más cada vez. Jerry sabía muy bien que luego de años de vida sexual tan activa, sus apetitos estarían demasiado despiertos tras algo más de tres años de inactividad.
Entraría por la puerta con su uniforme militar, seguramente el de diario, con la falda algo más corta de lo reglamentario, las mangas subidas, la camisa desabotonada y la cabellera suelta. Toda una invitación a los ojos. Claro, ella no decía nada. Todo era charla y nada más, pero la mirada, los gestos del cuerpo, la forma en la que presentía que se apoyaría contra el escritorio, una pierna algo flectada... toda una invitación.
Luego de las cuatro no tenía nada, pero los policías, así como la misma Jerry correrían la voz. Daba lo mismo. Estaba seguro de que la inversión se recuperaría en dos o tres meses. Cinco como mucho. Era un negocio seguro.
Se instaló tras el mesón de atención, y activó el computador de mesa que había bajo éste. Entraría en la red para examinar las tendencias de los sectores cercanos, pues esperaba dentro de poco poder diversificar su inversión. Nunca se sabía.
Sonó el indicador de llamadas, y movió el selector de la pantalla. En el acto los gráficos de la red desaparecieron, dando paso al rostro sonriente de Jerry.
—Hola, encanto. ¿Qué tal los primeros minutos como empresario?
—Pues aún solitarios —respondió Jaime, sin poder evitar sonreír al verla—. Nadie aún, pero la gente pasa por fuera y se detiene a mirar. Nada fuera de lo que debería ser.
—Bueno, como a eso de las cuatro te haré una visita, y veremos cómo resultaron mis sugerencias. Estaba pensando que debería cobrarte una comisión por el nivel de práctica real.
—Bueno, eso lo podemos discutir —respondió, imaginando el comentario siguiente.
—¡Perfecto! Podemos arreglar alguna forma de pago agradable...
Jaime no contestó. ¿Qué podría decir? Nada. Todo podría interpretarse, y Jerry no esperaba alguna respuesta, pues casi de inmediato continuó:
—¿Tienes algo pensado para esta noche?
Durante el casi año que conocía a Jerry, Jaime esperaba con temor algo así. Una invitación para la noche, una cena, tragos, charla amena (siempre era amena con Jerry) y luego...
No tenía claro lo que podría responder para librarse de algo así, y tal vez algo en él no quería hacerlo.
—¿Qué tienes pensado? —preguntó, intentando encontrar algo, cualquier cosa que diera luz.
—Bueno, llegó a mis manos una invitación a la embajada alcantarana. Hay una especie de recepción al nuevo delegado terrestre. Entiendo que el pobre diablo lleva algo así como dos semanas medio borracho por las recepciones de este tipo.
—El precio por ser delegado terrestre —intercaló Jaime, estimando que la recepción de una embajada no era mal lugar para la primera salida nocturna de ambos—. ¿Puedo preguntar cómo llegó a tus manos esa invitación?
—Bueno —respondió Jerry sonriendo—, al departamento de relaciones públicas suelen llegar este tipo de cosas todo el tiempo.
—Pero tú no eres de ese departamento...
—Desde luego que no, gracias al cielo —dijo ahora ampliando su sonrisa—. Pero mis superiores suponen que puedo ser una nota interesante en algunas embajadas y en algunos eventos sociales. Ya sabes, una cara bonita que representa a la base... es mejor que las demostraciones del nuevo armamento.
—¿Sueles asistir a ese tipo de cosas? —dijo ahora Jaime, apreciando la falta de modestia en sus palabras anteriores. Jerry era muy atractiva, ella lo sabía, le sacaba partido, pero no le daba la menor importancia.
—Digamos que tengo muchas noches ocupadas al mes. Es divertido, pero también puede volverse aburrido. ¿Te interesa ir conmigo?
—Creo que sí, si tus comandantes no tienen objeciones a que vallas con un civil.
La chica rió con una carcajada auténtica, mientras meneaba la mano como si apartara mosquitos filerianos.
—Desde luego que no. No seas tonto. —entonces dudó y su rostro se colocó algo más serio—. Voy a tratar de conseguir otra invitación...
—¿Era sólo para ti?
—siempre llegan así, y normalmente los miembros de la base vamos solos, pero creo que puedo conseguir otra. —en ese punto, antes de continuar, hizo un puchero exagerado con la boca, tratando de aparecer falsamente triste. Pero sus ojos reflejaban verdadera preocupación—. Voy a tratar en serio de conseguir otra, pero la verdad es que no sé si pueda. ¿No te enojas conmigo si no puedo?
Jaime sonrió mientras negaba con la cabeza.
—No te metas en problemas si no puedes. Tranquila, que ya saldremos otra noche.
Tan sólo con esas palabras el rostro de ella se iluminó como pocas veces Jaime había visto. Jerry sabía que había logrado un triunfo importante. Tendrían la posibilidad de salir alguna noche. Tal vez no esa, pero él acababa de dejar la puerta abierta. Si ella no podía en efecto conseguir la otra invitación, era muy posible que mañana sí tuviese algo preparado.
Diez minutos después, Jaime continuaba con la mirada fija en la pantalla, en el punto donde Jerry había estado. ¿Sería el momento de dejar el pasado de una buena vez en el pasado?
Había amado a Carina con locura. Aún podía sentirla junto a él en la cama, y por lo mismo seguía doliendo. Claro que era menor, pero el dolor por la pérdida aún estaba allí. Si tan sólo no sintiera que la traicionaba. Debía continuar, por su propio bien, tal como hacía un año que dejara atrás la desesperación.
Las interminables borracheras, los paseos de noche por los lugares donde habían sido felices, los viejos amigos a los que se había negado a ver. Encerrado durante semanas en el pequeño departamento que compartieran, negándose a abrir una ventana, sólo abriendo la puerta para recibir los encargos de comida y de alcohol. Sobre todo los de alcohol.
Un escalofrío le recorrió la columna al mirar atrás, y caer en la cuenta por milésima vez que habían sido dos años de eso. Dos años de oscuridad.
¿Qué era ahora? ¿Tonos grises? No lo sabía, pero oscuridad no. Nunca más. Tal vez Jerry lo ayudara a que fuese color. Cualquier color. Desde luego lo había ayudado a salir, pero no sabía si lo podría ayudar a continuar. Y no era capaz de preguntárselo en serio, o por lo menos eso creía.
Por el rabillo del ojo vio una silueta que se detenía ante la entrada. Era algo que llevaba pasando desde que abrió, pero esta vez la pausa fue más larga. Alguien estaba mirando hacia el interior con real atención.
¿Un cliente genuino? ¿Tan pronto? Tal vez alguien interesado en saber cómo hacerse socio.
Se resistió a levantar la mirada, fingiendo estar concentrado en la pantalla del computador. Sin embargo la figura continuó ahí casi un minuto sin que Jaime viera alguna variación. Intrigado, alzó la vista.

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