sábado, 23 de mayo de 2009

De Regreso a la Vida: Prólogo.

VLADIMIR SPIEGEL


DE REGRESO A LA VIDA



PRÓLOGO


Era demasiado fácil. En realidad nunca lo era, pero se le hacía increíble pensar que alguna vez hubiese tenido un trabajo tan simple por delante. Entrar, mirar por una ventana, pulsar el disparador y salir. Todo en plena noche, en un lugar casi sin movimiento de gente, con una iluminación regular, con vecinos de hábitos tranquilos y de irse a la cama temprano.
—Fácil, pero no por ello sin riesgo —se dijo en voz baja aún sin salir del vehículo—. Un mirón que se asoma por la ventana en mal momento...
desde luego si alguien veía algo, si se notaba algo raro, pues entonces adiós al pago. Oh, el trabajo sería completado, pero sus instrucciones eran clarísimas: nada de testigos, nada de sangre y, sobre todo, nada de que parezca un asesinato. La muerte debía parecer por causas naturales.
Lo último no representaba en modo alguno un problema. Conocía como mínimo 6 formas diferentes de producir la muerte sin que quedara rastro alguno de intervención. Una parálisis total del cerebro, un ataque masivo al corazón, un paro respiratorio... y ninguna de ellas arrojaría el menor resultado en los análisis de laboratorio. Ni los modernos sistemas de búsqueda de bacterias... porque los venenos nunca habían sido de su agrado. El veneno tenía poco estilo. Desde luego era útil para un acto romántico, para una venganza, para dejar una marca.... pero no en su caso. El veneno era un arma cobarde en los asesinatos, y ella podía ser muchas cosas... pero nunca cobarde. Nunca utilizaría veneno, a menos que así se lo indicaran con completa claridad.
En este caso no era así. Más aún, debía parecer muerte natural. Evidentemente morir de algo que no aparecía en los exámenes médicos de rutina no parecería natural, y menos tratándose de un joven de tan sólo treinta y tres años... pero no sería ni la primera ni la última vez que algo así ocurría. Tal vez ni siquiera era la primera vez que se trataba de asesinato.
Lo de nada de sangre estaba resuelto. Sería el desintegrador sináptico, lo que dejaba el cuerpo intacto y sin mácula. Parecería la repentina acción del síndrome de Strianky que, aunque muy inusual en alguien tan joven, perfectamente plausible y sin investigación posterior... porque no habría nada que investigar. Si no querían sangre, pues no habría nada de sangre.
Claro que el método escogido tenía el «insignificante» problema de la sospecha razonable. Desde luego. El asesino no alcanzó a completar el trabajo porque el objetivo murió de causas naturales. Razonable, pero facilísimo de arreglar. Sólo una transmisión de un mensaje cifrado justo en el momento de oprimir el disparador, gracias al sistema remoto de envío. De esta forma, la hora del mensaje, hora local desde luego, sumada a la frase «Estoy matándolo en este momento» no dejaría lugar a duda... y si aún así el cliente era tan desconfiado como para seguir dudando, la determinación de la hora de la muerte por el patólogo sería la prueba final.
La dificultad real era lo de la falta absoluta de testigos.
En un barrio como este constituía un problema. No por la cantidad de gente o centinelas que podía circular, sino todo lo contrario. En un sector tan tranquilo, cualquier cosa fuera de lugar llamaba la atención y era recordada. Por eso se había detenido a seis calles. Más cerca podía hacer que alguien se asomara por una ventana. Oh, muy posiblemente alguien ya lo estaba haciendo en ese mismo momento, pero eran seis calles.
La investigación oficial, que sin duda se haría, y una extraoficial, que tampoco dudaba que se hiciese, visitaría todas las casas de cinco manzanas a la redonda. Procedimiento clásico. Pero no seis.
Podría haber estacionado más lejos, pero la mayor distancia también era un riesgo. Después de todo, si debía volver rápido a su vehículo para salir más rápido aún, la distancia tendría mucha importancia. Afortunadamente el VSA no llamaba demasiado la atención, pues había estacionado justo detrás de otro, y sin embargo había riesgo en ello.
En efecto el riesgo se debía a la caminata hasta el objetivo. También a entrar al jardín, pero ya había controlado la casa durante el día, y afortunadamente tenía una magnífica cobertura de árboles frutales. Cuando se moviese por el jardín, lo haría envuelta en las sombras. Pero tenía que llegar.
Por fortuna la iluminación de la calle tampoco era buena. Eso la ayudaría. Aún así era arriesgado si alguien veía una sombra caminando por ahí, a una hora de la noche en la que la mayoría de los residentes decentes del barrio estaban dormidos o acostados o preparándose para pasar la noche, una noche tranquila.
No por primera vez desde que era profesional pensó en adquirir un traje con camuflaje. Caro, pero muy razonable. Por una u otra razón nunca lo había hecho. Pero en cuanto tuviera el pago de este trabajo lo haría. Después de todo el monto le permitiría comprar diez de esos trajes, uno para cada día de la semana sigmana, y ella necesitaba sólo uno.
Claro, su venta a civiles era completamente ilegal, pero... lo que estaba por hacer era mucho más ilegal.
Tomó del asiento del acompañante la pequeña holoplaca y la activó. Había memorizado los rasgos del objetivo casi a la perfección, pero nunca estaba demás echar una última mirada, por si había algún detalle que antes se hubiese pasado por alto. No le preocupó en lo más mínimo que alguien viera desde una ventana el brillo de una holoplaca. Los cristales del vehículo estaban opacados, por lo que nadie vería nada hasta que ella abriese la puerta.
Primero apareció la imagen de cuerpo entero. Alto, un poco desgarbado, de piernas largas y manos grandes. Estaba vestido con ropa de ejercicio y el sudor le corría por la cara. Cabello rubio, hombros anchos, y en la camiseta el dibujo de la vía láctea.
Movió el dial y el rostro ocupó la holoplaca.
Frente amplia, nariz aguileña, pómulos altos, cejas espesas, labios finos... un tipo atractivo. Muy atractivo en verdad. Pero no se podía contemplar el rostro sin reparar en los ojos.
Con un par de gafas no se notaría, e incluso en un lugar oscuro tampoco si uno no sabía qué buscaba, pero ella, acostumbrada a los detalles reconoció los implantes oculares nada más mirar la imagen.
Eran buenos, pero muy lejos de ser los mejores. De otro modo habrían parecido ojos auténticos. Sin embargo la córnea facetada, el iris metálico...
Al objetivo parecía no importarle, pues el holo había sido tomado durante el día en un espacio abierto, posiblemente un parque, y los ojos no se ocultaban con gafas o algo parecido.
Apagó la holoplaca pensando si borrar o no la imagen por si acaso, pero en definitiva la dejó sobre el asiento del acompañante.
Salió del vehículo. Hasta aquí, ni el menor ruido. La puerta del conductor estaba bien mantenida... todo el vehículo estaba en perfectas condiciones. Después de todo lo había comprado con el último trabajo, hacía menos de un mes. Lo mejor era el colchón de aire para la puesta en marcha, que no hacía ni el menor ruido. De ahí, el uso de los impulsores de baja altura, al tomar el peso del ascenso también eran silenciosos como una monja de claustro.
Carrocería de politritanio y dilacita, capaz incluso de detener o desviar un disparo de plasma de baja potencia. Impulsores atmosféricos de vuelo alto fabricados por encargo, interiores hechos a mano y con cantidades de lugares donde esconder cosas. Un verdadero lujo. Se lo habían entregado hacía tres semanas, y casi buscaba pretextos para salir a dar una vuelta.
Pasó la enguantada mano por la superficie, cerró la puerta (en completo silencio) activó la alarma y se colgó del cinturón el avisador. La pequeña caja le mandaría una vibración si alguien tocaba el vehículo. Si alguien lo intentaba mover, la carrocería descargaría unos cuantos voltios suficientes para alejar a cualquiera. Si aún después de eso alguien intentaba forzar una puerta, entonces recibiría dos vibraciones en la cintura, al mismo tiempo que el vehículo se elevaba cinco metros. Casi a prueba de robos.
Sonrió complacida y comenzó a moverse.
Primero normal, como si fuese una visita llegando después de las diez... cerca de las once... o algún vecino que llegaba tarde del trabajo. Luego, en cuanto el primer tramo de oscuridad se la tragó, cambió. Ahora era algo apenas visto, una forma que, cuando salía a la luz se movía en un parpadeo hasta el siguiente tramo de oscuridad. Nunca durante el tiempo suficiente a la luz para merecer un examen que, medio segundo después, no estaba ahí. Descartable, olvidable, inexistente, nada. Cuando mucho confundida con un perro o gato callejero. Nada más.
Ahora la excitación volvía a apoderarse de ella. Todos los sentidos exacerbados por la descarga de adrenalina. Veía con claridad cada centímetro que iba a pisar, así como el entorno, pero no sólo gracias a las gafas nocturnas. Podía escuchar casi con claridad las voces que salían de las casas, por las ventanas abiertas al verano. Los músculos respondían como el entrenamiento en el gimnasio predecía. La piel se preparaba para el hormigueo que, luego de matar, le pediría compañía masculina en la cama.
Ni el menor ruido. Silenciosa como una gata sobre la suave alfombra del palacio presidencial de argaros tres.
Un pequeño guijarro en su camino. Se pasa de lado. Una rama caída de un árbol, ningún problema. Tierra suelta durante unos seis metros. Acomodar los pasos para apoyar primero la punta de los dedos, la planta y el talón. Nada de que preocuparse.
Finalmente estuvo a diez metros de la casa.
Aprovechando la sombra de una enorme encina, pasó por sobre el bajo muro sin ser vista. El mayor riesgo había quedado atrás, aunque tuviese que repetirlo en el camino de vuelta a su VSA, pero ya sabía lo fácil que en verdad había sido. Ahora estaba protegida por el bien cuidado jardín del objetivo.
Repasó sus datos.
Vivienda normal del sector urbano medio de Dianka: una sola planta con seis habitaciones. Sala de estar, comedor, dormitorio, estudio, baño y cocina. El objetivo era el único ocupante. Un camino de concreto rodeaba la casa por completo, facilitando así el control de todas las habitaciones. Hábitos del objetivo predecibles: Ingeniero comunicacional de buena calidad, se levanta temprano a diario, se acuesta a una hora prudente aunque algo después de la media por su afición a la red. A esa hora debía estar en el estudio, concentrado en la pantalla de su computador.
Aún así controló todas las ventanas, por si no estaba solo. La visita de una amante podía ser un verdadero problema. No en su trabajo, pero descubriría el cuerpo poco tiempo después de asesinarlo, y eso no le gustaba. No por traerle alguna verdadera complicación, pero no le gustaba. Estaba solo.
Lo encontró tras mirar en una de las ventanas que daban al patio de atrás. Sentado en una cómoda silla del estudio, con la vista fija en la pantalla del computador. Sus dedos se desplazaban veloces por el teclado, seguramente en algún arcaico salón de chat. Una afición tan antigua que era anterior a la colonización.
Se colocó en cuclillas a dos metros de la pared, y lo controló.
Estaba sentado de espaldas a la ventana desde la que lo veía, pero supo que era él al ver su imagen de medio perfil contra un espejo. Se había memorizado sus rasgos, y no tenía ni la menor duda.
Una sonrisa curvaba sus labios, seguramente entretenido en la charla que sostenía. Cerca de su mano izquierda tenía un vaso de cerveza a medio tomar, y en un cenicero descansaba una colilla. El ciudadano medio de Dianka, sin lugar a dudas. Pero no tenía el tipo de los drevianos. Era más alto y más delgado, como si su herencia fuese de un mundo de menor gravedad. Tal vez sus padres venían de Alcantar o Sigma. No lo sabía y no le importaba. Dentro de poco sería un cadáver.
No obstante era muy guapo, y como estaba excitada, se deleitó un momento observándolo. Los músculos se marcaban perfectamente bajo la camiseta que usaba, y para mayor deleite estaba sólo en ropa interior. Pero tenía que trabajar.
En completo silencio sacó el desintegrador sináptico del cinturón, comprobó la carga de la batería, levantó el arma hasta que la punta sobrepasó el marco de la ventana y apuntó. Ya podía sentir cómo el sastre del mercado negro sigmano le tomaba las medidas para su traje de camuflaje.
De pronto el dolor, un dolor imposible, se le instaló al costado izquierdo del cuerpo, justo en las costillas. Era tan fuerte que fue incapaz de emitir el menor sonido, siendo que debía estar chillando como un cerdo. La vista se nubló en un estallido de luces en todo su campo visual, y la sangre martilleó en sus oídos de forma enloquecedora. El dolor podía enloquecer a cualquiera.
Entonces, justo cuando creía que perdería el sentido, algo metálico se apoyó en la base de su cráneo. En el último segundo reconoció la forma cuadrada característica de una pistola nerviosa. A esa distancia, y en el lugar al que se pegaba el disparo sería mortal. Con el último rastro de conciencia, justo antes de que el arma disparara, entendió que la estaban esperando.
Había caído en una trampa, o un increíble sistema de seguridad rodeaba al objetivo.
El hombre enfundado en el traje de camuflaje retiró el estilete de las costillas de la mujer en cuanto su compañero disparó. En el más completo silencio se llevaron el cuerpo, sin preocuparse por la mancha de sangre. En cuanto el joven estuviese dormido sería limpiada, sin dejar el menor rastro de que algo fuera de lo común había ocurrido en su patio.Mientras se la llevaban, la caja colgada también de la cintura del cadáver vibró una vez, pues el vehículo estaba siendo abierto. El sistema de alarma alcanzó a emitir ese breve mensaje, pero después todos los mecanismos fueron anulados, y también desapareció sin dejar rastro.

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