sábado, 6 de junio de 2009

De Regreso a la Vida - Capítulo 2: Compañía Femenina (parte 2)

VLADIMIR SPIEGEL

DE REGRESO A LA VIDA


CAPÍTULO 2:
COMPAÑÍA FEMENINA (PARTE 2)


—Respóndame algo con total sinceridad, Jaime —dijo todavía dándole la espalda y sosteniendo un pequeño pájaro de madera con ambas manos.
—si está en mis posibilidades, desde luego.
—¿Qué edad cree que represento físicamente hablando? —preguntó dándose vuelta para mirarlo—. Piense que acaba de verme en la calle. De pie cerca de usted, en lugar de en su departamento. ¿Cuántos años estándar diría que tengo?
Jaime respondió en el acto, para hacerle ver que no necesitaba pensarlo.
—Entre treinta y cinco y cuarenta. Ni un año más de cuarenta, pero más cerca de los treinta y cinco.
—Sabe, desde luego, que eso es imposible, ¿verdad?
—Sí.
El rostro de la mujer, que durante todo el tiempo que llevaban hablando había mostrado una tenue o amplia sonrisa, ahora aparecía serio y pensativo.
Se acercó a Jaime y se sentó a su lado en el sillón. Luego se inclinó por sobre la mesa para alcanzar su vaso y lo rellenó.
—La gran razón para que ninguno de nosotros cinco intervenga en esto, es simplemente el grado de conocimiento que existe. Jaime, conozco y soy amiga de Patricia hace más de sesenta años estándar. En el caso de Hafar, más tiempo aún. Glen Takamura es, en algunos sentidos, mentor de Nadelia, y al mismo tiempo es amigo íntimo de Hafar Nigale. En lo personal no me considero amiga de Takamura, pero en el caso de Nadelia Perryman, si bien es a quien trato hace menos tiempo, la considero una amiga. Una amiga valiosa.
»Soy perfectamente capaz de hacer mi trabajo por sobre cuestiones personales, pero si se trata de algo que nos une tan estrechamente como la identidad de Antonio Dibaltji, me veo en la necesidad de admitir que intervienen mis sentimientos. En otras palabras, Jaime, no me es fácil ser imparcial.
»Como bien dijo anoche y ha repetido ahora, existe una alta probabilidad de que alguno de nosotros esté, directa o indirectamente, involucrado en el ataque. Es decir que debo desconfiar de amigos íntimos, al tiempo que intento justificar mis propias dudas sobre ellos.
—¿Y si en definitiva alguno de sus amigos está involucrado en esto?
Brecyne giró la cabeza y lo miró. Cualquier rastro de sonrisa coqueta o no había desaparecido, y en los ojos cobrizos se veía sólo frialdad.
—En ese caso haré mi trabajo, Jaime. Pueden ser mis amigos íntimos, pero tengo muy claro hacia dónde apunta mi lealtad.
Si bien Jaime comprendía que no se le podía descartar como posible sospechosa, no pudo menos que admirarla. Era obvio que le había resultado muy difícil decir todo lo anterior, aunque no la conocía como para saber si era sincera.
—Existe otro problema.
Brecyne alzó una ceja, al tiempo que su rostro se relajaba visiblemente.
—Considerando alta la probabilidad de que uno de ustedes cinco sea responsable, con la maquinaria que tienen a su disposición resulta facilísimo eliminar a quien quiera que se haga cargo de la investigación. De hecho, sin llegar a ese tipo de extremos, sería incluso más fácil dificultar las indagaciones ya que, evidentemente debería recabarse información a medida que se avance.
—Un punto sumamente válido, y que significa un problema real y concreto. Sin embargo tiene una solución fácil. Somos cinco, Jaime. Si uno o dos de nosotros dificulta la investigación, sólo se hace necesario acudir a alguno de los otros. Por mucho que la necesidad esté fuera del campo de esa persona, el nivel que ocupamos en el gobierno hace que casi cualquier cosa sea accesible.
—tiene respuesta para todo, ¿verdad?
reapareció la sonrisa, aunque tenue.
—Es una parte importante de mi trabajo.
»¿Le sirvo otro? —dijo señalando el vaso ahora vacío de Jaime.
Él le sonrió y colocó el vaso en su mano, cayendo en la cuenta de que era la primera vez que sonreía desde que entrara en el departamento.
—Ha contrarrestado todas mis objeciones, pero queda una incuestionable.
Brecyne le puso el vaso, ahora lleno otra vez, en la mano y esperó.
—Existe una alta probabilidad, más alta incluso que alguno de ustedes esté involucrado en esto, de que el intento de asesinato no tenga nada que ver con el Imperio Alcantarian. Sí, sí —se apresuró a decir—, sé bien que el destinatario del mensaje es aparentemente alguien que tiene acceso a los sistemas de comunicación imperiales o de gobierno, pero ello no elimina la posibilidad de que se trate de un crimen, digamos, pasional.
»Puede ser cualquier cosa. El intento de homicidio de un ciudadano dreviano por parte de alguien de alto rango en el Imperio. Tal vez alguien que se infiltró en la red de comunicaciones imperial, con el objeto de hacer más difícil que lo rastreen.
—No niego eso, Jaime. De hecho espero que se trate de algo así. Sin embargo esa posibilidad implica una penetración de alto rango en nuestros sistemas. Cuando llegamos al punto de determinar que el mensaje iba dirigido al sistema de origen, Patricia casi sufrió un colapso.
»La seguridad del Imperio está comprometida, sea quien sea el responsable. Si es uno de nosotros cinco, el asunto es más que grave. No obstante, si es otra persona, sigue existiendo un problema serio de seguridad.
»No puede negar, Jaime, que un perfecto extraño es una de las mejores posibilidades para investigar. No sería tomado en cuenta. Muy por el contrario es sumamente fácil descartar, digamos, a un turista. Se trataría de un turista muy bien relacionado como para conocer a algunas personas importantes y asistir a unas cuantas actividades sociales. Podría ser una persona invitada a dar una conferencia sobre descifrado de códigos, por ejemplo.
—No da pasos en falso, ¿verdad?
La mujer alzó el vaso otra vez, en algo parecido a un brindis.
—Le hemos entregado la información completa y el adelanto que nos pidió. Hasta aquí sus solicitudes han sido cumplidas, pero sigue sin aceptar el trabajo. ¿Por qué?
—Sea como sea —comenzó a responder Jaime—, alguien del gobierno alcantarano aparentemente está implicado en esto. Eso transforma, Natalia, el asunto en algo peligroso. Peligroso para la vida.
—Pero hay algo más —intercaló Brecyne.
—Como investigador estoy retirado.
—Eso es relativo, y usted lo sabe.
Ella tenía razón, desde luego. No se podía dejar de ser investigador con mover un interruptor. A lo largo de los años se habían desarrollado los instintos, la percepción, el análisis y los recursos propios. A fin de cuentas había identificado las dificultades propias del trabajo en cuanto tuvo la mayor parte de los detalles, y eso que no los conocía todos.
—Quiero estar más tranquilo, Natalia. Me han pasado muchas cosas siendo investigador, y creo que en el fondo estoy algo cansado.
Se produjo un largo silencio en el que ambos bebieron pequeños sorbos de sus vasos.
—De acuerdo —dijo finalmente Brecyne—. No insistiré más en el tema, Jaime. He intentado todo cuanto se me ocurre, y usted no termina por aceptar el trabajo. Lo único que me quedaría por intentar es presionarlo con algo, pero no lo haré. Me rindo. La última palabra está en sus manos.
Vació el vaso y se incorporó. Jaime la imitó. Rodeó la mesa hasta donde había estado sentada y se colocó la chaqueta. Luego recogió la bolsa.
—Es unidireccional —dijo sacando de la chaqueta una tarjeta de comunicación y dejándola en la mesa con lo demás—. Si su respuesta es sí o no, le bastará insertarla en cualquier terminal. Si dice que sí, le haré llegar los códigos necesarios para que tenga acceso a las fichas de seguridad. Si dice que no, alguien acudirá a recoger la información.
Hizo una pausa larga, durante la cual volvió a clavarle los ojos.
—Estaré en Sigma otros dos días. Digamos que tiene hasta entonces para responder. Ya le hemos entregado toda la información necesaria, sin hablar del riesgo que ello implica para el Imperio.
—En realidad falta algo.
Brecyne no había hablado en tono de molestia, sino que simplemente daba por terminada la reunión. Jaime apreció el gesto, pero no era del todo honesta. Aún así pareció sorprendida por sus palabras.
—¿Cuál es la real intervención de Nigale en esto?
—No le entiendo.
—Sí que me entiende. Por mucho que sea el comandante en jefe de la flota imperial, por mucho que sea su amigo desde hace años, él tiene que acatar sus órdenes, por extrañas que sean. Si él quiere más información de, por ejemplo, por qué saca de las fronteras del Imperio a un recién nacido, usted puede negarse a responder, y sólo serían cuatro personas en este reducido círculo.
Permanecieron de pie, uno frente al otro, mirándose. Al cabo de un momento apareció una tenue sonrisa en el rostro de ella. Se inclinó sobre la mesa, tomó su vaso y vertió un dedo de ron, que bebió de un trago.
—Al final resultará que fue la elección correcta. Algunos de mi grupo querían buscar a otra persona que hiciera el trabajo. Debo decir, si sirve de algo, que insistí en que fuera usted.
»Tiene razón, desde luego. La participación de Nigale es mucho más profunda en esto. Él es el padre de Antonio Dibaltji.
—Y él lo sabe.
Brecyne asintió.
—¿Entonces, el almirante Nigale es el amante de la emperatriz?
—Era. El doctor Takamura también mintió anoche, pero para proteger a Hafar. Él le ordenó a Takamura que no finalizara la gestación. Luego concurrió a mí, pero cuando faltaban un par de semanas para el nacimiento.
—¿Y en todos estos años Nigale nunca hizo nada por su hijo?
Brecyne meneó la cabeza.
—Usted no entiende, Jaime. Hace dos meses fue la primera vez en veintitrés años que yo pensé en el hijo ilegítimo de la emperatriz. Según Hafar me contó cuando esto empezó, él fue un par de veces de incógnito a Drevia y vio desde lejos al muchacho, pero antes del ataque hacía casi seis años que no sabía nada de él. Sólo Patricia estaba medianamente enterada de la vida de Dibaltji, y eso resulta obvio por su cargo.
»No somos insensibles, si es eso lo que lo tiene tan asombrado. Lo que ocurre es que somos leales al Imperio, Jaime. Piense que yo llevo varias décadas de servicio incondicional a la familia imperial y al pueblo alcantarano. Hafar ingresó a la flota antes de cumplir los diecisiete años. El Imperio es nuestra vida y consume nuestro tiempo. ¿Por qué cree que no me he casado?
La mujer se encaminó a la puerta y Jaime fue tras ella.
—Estaré esperando su respuesta —dijo cuando ya estaba en el pasillo que daba al elevador—. Sea afirmativa o negativa, estaré esperando que envíe la comunicación. De todos modos...
se le acercó, le puso ambas manos en las mejillas y lo besó en la boca. Primero sólo apoyó los labios, pero casi de inmediato ejerció un poco de presión, comenzando a abrirle la boca para jugar con la lengua.
Por increíble que le pareció después, a Jaime le resultó sorprendentemente fácil e inesperado devolverle el beso, pero en cuanto lo hizo Brecyne se le colgó del cuello, pegando su cuerpo contra el suyo. Entonces él satisfizo su curiosidad, enterrando su mano derecha en la cabellera de la mujer, justo en el nacimiento de la hermosa trenza. Era sedosa, firme, abundante y deliciosa al tacto.
Al cabo de ¿cuánto?, ¿veinte?, ¿treinta segundos?, ¿un minuto?, Brecyne se separó pero continuó colgada de su cuello. Los hermosos ojos cobrizos estaban fijos en los suyos, sin parpadear. La respiración de ambos era acelerada y, una vez más, ella mostraba una sonrisa llena de coquetería.
Cuando le tomó la mano izquierda, Jaime se dio cuenta, horrorizado, que ésta permanecía posada en su pecho. El beso había sido increíble, casi imposible de resistir, pero lo aterrorizó darse cuenta de que estaba toqueteando a la jefe de gobierno del Imperio Alcantarian. No obstante ella no se la retiró y por el contrario hizo que apretara un poco más.
—Le repito que estaré en Sigma otros dos días, esperando su respuesta.
—¿Y eso fue por...?
—Podría decirle que se trató de un incentivo para que valla a Alcantar tres. En realidad se debió a que me moría de ganas por hacerlo.
Se separó, aunque sostuvo delicadamente la mano de Jaime unos momentos más, para que él notara la suavidad de su piel.
—Buenas noches, Jaime —dijo dándose vuelta y caminando hacia el elevador.
—Natalia.
Ella giró la cabeza.
—¿Cuántos años tiene?
La mujer le dedicó una nueva sonrisa y una ligera inclinación de cabeza, pero no respondió.

A las nueve de la noche del día siguiente, Jaime terminó de llenar la ficha de un nuevo socio del club y en cuanto estuvo listo, cerró el establecimiento. Tres jornadas de funcionamiento, y tenía once socios. Además habían entrado algunas personas que no terminaban de decidirse a formar parte de su club, pero ello sólo quería decir que las cosas marchaban.
Cuando la puerta se cerró y el plastiacero quedó opacado, se dejó caer en el sillón de su oficina, que ocuparía cuando contratara a alguien que se hiciera cargo de la atención de público. Cuando los ingresos se lo permitieran.
Por cuarta o quinta vez en el día sacó del bolsillo de su camisa la tarjeta de comunicación que Brecyne le había dejado. La hizo girar en la palma de la mano durante unos momentos, sin mirarla. La decisión estaba tomada, en gran parte gracias a Jerry, luego que pasara como todos los días a visitarlo después de las cuatro de la tarde.
Le había contado todo, incluso lo del beso, aunque manteniendo en secreto la identidad de la mujer.
—Oye, eso es algo que no se puede olvidar con facilidad —le había dicho luego que terminara de narrar los hechos de la noche—. El beso de una mujer alcantarana es estimulante, casi adictivo.
Entonces lo había besado intensamente por un largo momento.
—Eso lo aprendí cuando estuve en Anjra dos.
—Me gustó.
—Jaime, si terminas aceptando el trabajo, espero que tengas la posibilidad de estar en la cama con una mujer alcantarana. Yo tuve una amante en Anjra, y fue una de las experiencias más intensas de mi vida.
—¿No te pondrías celosa?
—Claro que no. Sería sólo sexo, tonto.
—¿Y si me hiciera adicto?
—Entonces volverías a mí ansioso por calmar tu adicción. Una perspectiva más que atractiva.
—No sé qué hacer, la verdad —le había dicho, meneando la cabeza—. El pago es más que tentador, como de seguro entiendes... pero lo que realmente me hace dudar es el trabajo en sí. Es un verdadero desafío.
—Bien, piensa en esto: tal vez el aceptar el trabajo sea lo que necesitas para comenzar a sanar definitivamente. Una forma de matar los fantasmas que todavía te acosan. Pero Jaime, si terminas aceptando el trabajo, tienes que tener claro que lo haces para cumplir con tu patrón y no para satisfacer tus necesidades. Si aceptas, tiene que ser porque quieres cumplir como lo hacías antes, y no por una cuestión tuya. En otras palabras, que tu aceptación, si la das, sea estrictamente profesional.
»Si te das cuenta de que ya no puedes hacerlo, de que ya no eres un investigador, entonces recházalo sin dudar ni un minuto. Si para peor se trata de algo peligroso, pregúntate si el pago vale la pena como para poner tu vida en riesgo. Averigua, en pocas palabras, qué eres luego de tres años de inactividad.
Y durante el resto de la tarde se había estado preguntando qué era ahora. Hacía más de tres años desde el último trabajo. Eso podía haber atrofiado los instintos o eliminarlos casi por completo. No obstante aparentemente no era así, pues había detectado sin mucho problema que faltaba algo en la historia de Nigale en ese selecto grupo. También había notado los detalles del control que ejercía Brecyne en la entrevista, tanto en la embajada como en su propio departamento.
El gran problema radicaba, según creía, en lo que realmente quería hacer a continuación. ¿Prefería descansar y estar tranquilo? ¿Quería desempeñarse sólo como el dueño del Club Sigma? ¿Quería volver a experimentar el empujón de la adrenalina por un trabajo?

Hizo saltar la tarjeta de comunicaciones de la mano izquierda a la derecha, y en cuanto la atrapó la insertó en el mismo movimiento en su computador de bolsillo. Apareció en ese momento un holograma con el símbolo del Imperio Alcantarian, dos espirales que rodeaban una estrella de cuatro puntas, al tiempo que una voz decía:
—Digite el mensaje que quiere enviar.
Había llegado a ese punto dos veces antes. La primera estuvo a punto de escribir la palabra «sí». La segunda vez había escrito la palabra «No», pero no había enviado la transmisión.
Ahora por el contrario escribió simplemente «Contácteme», y envió el mensaje. En el acto la tarjeta salió por si sola de la ranura y se la volvió a guardar en el bolsillo.
Apagó todo y salió del Club, rumbo a la calle. Le dio una última mirada al edificio, y sonrió. Luego se metió en su VSA, y estaba por encender el motor cuando el avisador de su computador de bolsillo comenzó a sonar.
Abrió el aparato, pulsó el botón de recepción y en el acto se formó una imagen bidimensional en la que el rostro de Natalia Brecyne lo miraba. Llevaba el cabello completamente suelto, pero como si se estuviese preparando para hacer la trenza, éste pasaba ya por su hombro izquierdo. Tampoco tenía formados los anillos típicos de las mujeres alcantaranas, y al igual que la noche anterior, no usaba nada de maquillaje. Detrás de ella se veía una ventana en la que destacaban copos de nieve cayendo en un cielo completamente nocturno.
—¿Imagen no holográfica?
—Es menos nítida pero mucho más segura, Jaime.
—Espero no haber interrumpido nada.
—Por el contrario. No respondí de inmediato porque estaba en la ducha. Tienen ustedes unas muy buenas pistas de trineo en este otro continente.
—¿Me creería si le digo que no las conozco?
—Puedo tener un transporte para usted en media hora fuera de su apartamento, y luego serían tres horas para que nos reuniéramos.
—Tentador, pero no la llamo por eso.
—Imagino que no, lamentablemente. ¿Puedo hacer algo por usted? Es decir, además de tratar de convencerlo de aceptar la oferta del transporte.
—Si acepto el trabajo, ¿de qué condiciones hablamos?
—Ah, eso. —la mujer tenía un tono de voz decepcionado, pero por el contrario amplió la sonrisa—. Es bastante simple en realidad. Que nos informe una vez al día como mínimo, ya sea en persona o por mensajes. En cualquiera de ambos casos, a más de uno de nosotros.
—¿Algo más?
—Trasladarse a Alcantar tres en el menor tiempo posible. Tratándose del primer trabajo fallido de Redswan, suponemos que no intentará un nuevo ataque contra Dibaltji, pero no podemos estar seguros de que sea así. Por ello urge saber la identidad de quien sea que haya contratado el crimen.
—Bien, Natalia, la respuesta es sí. Acepto el trabajo.
Jaime vio cómo la mujer se dejaba caer contra el respaldo del asiento en el que estaba sentada, y una innegable expresión de alivio cruzaba su rostro. Al mismo tiempo volvió a deslumbrarlo con la sonrisa que ya le conocía muy bien, mientras asentía.
—Esta noche, en un par de horas, alguien de la embajada irá a verlo a su apartamento. Le llevará toda la información que falta. El mensaje, el proceso que seguimos para desencriptar lo que pudimos, la tarjeta de seguridad para acceder a las fichas y un pasaje para la siguiente nave al espacio alcantarano.
—No. Necesito unos días para poner unas cuantas cosas en orden aquí, sobre todo lo que dice relación con mi establecimiento, antes de largarme.
—¿Cuánto estima que le puede tomar eso?
—Espero que no más de tres días. Cuatro como máximo.
—Me parece aceptable.
—Según el horario de esta parte del mundo, son las nueve y media de la noche. Si manda a alguien, dígale que en tres horas. Cuatro sería ideal.
—¿Puedo preguntar el motivo de la demora?
—Un par de personas que tengo que ver y cosas que arreglar, para poder salir de sigma cuanto antes.
—¿Cree que pueda estar listo para pasado mañana en la mañana? —preguntó Brecyne, pasando una mano por el cabello que formaría la trenza, mientras apoyaba la otra mano en la barbilla.
Jaime negó en el acto. En realidad sí que podía estar listo para ese momento, pero supuso que la idea de la mujer era invitarlo a salir rumbo al sistema Alcantar con ella. Eso podía producir el sexo al estilo alcantarano del que Jerry le había hablado tan bien, pero no tendría relaciones con uno de los sospechosos, por más atractiva que fuese la perspectiva. Eso podía nublar su juicio, y el recuerdo del beso con Brecyne estaba grabado a fuego en su mente.
—Tengo que dejar a alguien que me reemplace en el Club, y eso representa explicarle, mostrarle y ponerlo al tanto de todo. Además hay otras cosas que tengo que hacer.
—Bueno —dijo la mujer encogiéndose de hombros en un gesto exquisito del que aparentemente no era consciente—, esa tarjeta de comunicación seguirá activa hasta mi salida de su mundo. Si termina antes avíseme, y estaré más que encantada de darle transporte.
—Una vez más, gracias. Disfrute de la nieve.
Jaime iba a cortar la transmisión, pero la mujer volvió a hablar.
—Por cierto.... deme un segundo.... —ella movió ambas manos fuera de la vista, desvió los ojos a su derecha por un momento, y luego se volvió a mirarlo, otra vez con la sonrisa al estilo Brecyne—. El disco de crédito ya es válido. Puede hacer la transferencia en cualquier momento desde ahora.
—Es muy amable, Natalia.
—Por el contrario, es lo que acordamos. Lo veré en Alcantar, Jaime. Confío en que, además del trabajo y de la conferencia sobre algoritmos de encriptado, encuentre hermoso mi mundo.
Sin poder evitarlo, él respondió:
—Si es tan hermoso como usted, estaré más que encantado de ir.
La mujer le dedicó otra sonrisa, inclinó ligeramente la cabeza y cortó.

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